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23 de marzo

Cuando escribo estas líneas ya se sabe que el 23 de marzo no habrá firma de Acuerdo final.

El presidente Santos suele ser víctima de sus entusiasmos de ocasión. Cuando escribo estas líneas ya se sabe que el 23 de marzo no habrá firma de Acuerdo final, como anunció con gran seguridad hace seis meses, movido por el entusiasmo de otra firma -la del acuerdo de justicia transicional en septiembre de 2015- que terminó siendo algo a medio terminar y causa de una de las trifulcas de la mesa.

Sin bajar el entusiasmo se apareció en la Asamblea General de la ONU -de eso se trataba el afán- a pregonar la firma de esa justicia a medio hacer y, con todavía más entusiasmo, a anunciar que “…el próximo año, cuando regrese a esta Asamblea, lo haré –Dios mediante– como presidente de una Colombia en paz” porque, “en menos de seis meses (el 23 de marzo) repicarán las campanas que anuncien la hora de la paz”. Dios no quiso mediar en ese propósito porque -y advierto que soy creyente de la divina providencia- el asunto realmente es de “las Farc mediante”, algo que Santos debería tener en cuenta para cumplirle a la ONU.

En otro septiembre, el de 2012, entusiasmado por la apertura de negociaciones en Oslo, afirmó que “el acuerdo va a ser una cuestión de meses, no años”, y en medio de la euforia de su campaña reeleccionista, que esperaba “pasar la próxima Navidad con un proceso de paz firmado”.

Así pues, ya estamos acostumbrados, pero lo importante no es la ilusión rota ni la promesa incumplida, algo que parece ser de la esencia de nuestros políticos, lo grave son las consecuencias de este monotema de las Farc, de gobernar al son de La Habana y no de las necesidades del país, que trascienden las negociaciones con ese grupo narcoterrorista.

Lo grave es la reforma tributaria estructural en suspenso, aplazada para después de un plebiscito que solo será posible “las Farc mediante”, y de la cual dependen no solo los ingresos para cerrar el presupuesto y atender el posacuerdo, sino, más grave aún, el grado de inversión del país, con el riesgo de que la extranjera directa se desplome y se cierren las puertas del mercado mundial de capitales.  

Lo grave es el descontento social, porque los trabajadores sienten que los engañaron con el mínimo; los pensionados reclaman la promesa electoral de bajar a 4% el altísimo porcentaje que les quitan las EPS; y los colombianos de a pie están hastiados de corrupción y de la inseguridad que se tomó las ciudades y el campo ante la impotencia de las autoridades.

Cada día hay una noticia peor. El sector rural quedó arrasado por El Niño; el apagón es inevitable; el país se volvió a llenar de coca; el ELN le está haciendo el reemplazo terrorista a las Farc; la justicia no funciona y las cárceles son una vergüenza; mientras el Gobierno se dedica a sostener las negociaciones a toda costa y a perseguir a sus desafectos.

Ya llega el 23 de marzo y no hay acuerdo final, ni podía haberlo si se tiene en cuenta la cantidad de salvedades pendientes, es decir, de asuntos difíciles que han quedado en el tintero. Si llevamos cuatro años en lo fácil, ¿cuánto más demandará discutir y acordar lo difícil? ¿O será que, por el afán de la firma, se está fraguando un conejo más grande que el de Fonseca?

Nota Bene: Frente a las pretensiones de Nicaragua el país se unirá en defensa de su soberanía, pese a la deficiente defensa y las consecuencias inciertas de no comparecer ante la CIJ.

Sábado, 19 de Marzo de 2016
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