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Borges, póstumo

Con Borges aprendimos que la crítica literaria es también una forma de la ficción.

De todos los libros que se han publicado sobre Borges, el más completo y al mismo tiempo perverso, es el de su amigo Adolfo Bioy Casares (Borges: Backlist, 2011). 

En más de 700 páginas, Bioy Casares presenta a un Borges inédito, humano, erudito, rencoroso, cosmopolita, doblemente rencoroso, jodidamente pugnaz y una guillotina humana de la que no se salva nadie: Cristo, Shakespeare, Goethe, Mallea, Baudelaire, Válery, Menéndez y Pelayo, Paz, Ortega y Gasset, Neruda. 

De Neruda dice: “cambia de estilo y de tono en cada poema, sin darse cuenta: es un bruto, es un discípulo de Lorca pero mucho peor que Lorca. Neruda gusta porque es cursi sin asco”.  De Octavio Paz: “los poemas de Octavio Paz, no libre de fealdades y estupideces, son mejores que los de Neruda”.

Es un libro de Bioy Casares pero el que habla es Borges. Resulta que desde 1931 hasta 1989 (en un marco de casi 60 años) Casares llevó un diario en el que anotaba sus conversaciones con Borges, porque tenía el convencimiento de que Borges estaba predestinado a la inmortalidad literaria. 

Y no se equivocó: Borges inaugura en la literatura latinoamericana un estilo que le permite hacer literatura con (y desde) la literatura misma: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, solía decir con jactancia y fingido orgullo. 

Con Borges aprendimos que la crítica literaria es también una forma de la ficción: Pierre Menard, el personaje de Borges, escribe una obra que es rigurosamente exacta (palabra por palabra) al Quijote de Cervantes y, sin embargo, completamente diferente. 

Toda interpretación es posible porque el lenguaje literario (a diferencia del lenguaje científico) es polisémico, es decir, que tiene tantas interpretaciones como lectores. Otra cosa es que la obra esté mal escrita: allí entra en juego ya no la interpretación sino el juicio crítico. 

Dice Borges: “según Schopenhauer hay tres clases de escritores. Los peores, que nunca piensan, los que piensan cuando escriben y los que piensan antes de escribir. Schopenhauer dice que esto últimos son los mejores. 

Tratándose de ensayos filosóficos tiene razón, pero en los cuentos o en los poemas es mejor que el escritor vaya pensando y que no sea un amanuense de su memoria”. Es por eso que no le gustaban los poemas de Chesterton: porque cumplen un esquema previo. 

Cuando quiere descalificar a un autor o libro, Borges es insuperable. De Mallea dijo: “dice que él no firma cualquier cosa. Firma, sin embargo, sus novelas”.  Del Ulises, de Joyce: “carece de todas las virtudes que requiere una novela”.

Sobre Churchill, dijo: “es un asesino que hace matar a unos pobres muchachos ingleses, dos días antes de rendirse”. 

De Menéndez y Pelayo: “leyó de todo pero no le sirvió  de nada”. Y de Cristo: “Si comparás  la muerte de Sócrates y la de Cristo, no hay duda de que Sócrates era el más grande de los dos. Sócrates era un caballero y Cristo un político que buscaba la compasión. Cristo maldiciendo un árbol o una ciudad no parece un individuo admirable.

Y a veces, el Borges lector, se impone: “es curioso que nadie haya advertido que todo el infierno de Shaw y de Sartre procede de Swedenborg”.

Borges, que era tan querido, con voz inaudible y maneras delicadas, surge en este diario de Bioy Casares como el crítico mordaz que sigue levantando ampollas treinta años después de muerto. Si estuviera vivo, me pregunto ahora,  ¿qué diría de los escritores colombianos?

Jueves, 26 de Noviembre de 2015
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