La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile

Como las hormigas, esa es la cuestión

La paz nos conviene a todos, incluso, a los que no la desean. 

Una fotografía aérea del parque Santander muestra a una colonia de hormigas en movimiento, infatigables, imperturbables, impecablemente vestidas de blanco. Las hormigas se agrupan, se saludan, se pasan la información. Hormigas que cargan hojitas sobre sus espaldas. Otras que bordean la fuente; otras que trepan la tarima: hormigas de blanco. Hormigas trabajando en conjunto por una labor común. Pero si bajamos un poco la cámara, la fotografía ya no registra a ninguna hormiga sino a hombres y mujeres vestidos todos del mismo color. Hormigas humanas que cargan sobre sus espaldas un amplificador, una batería; muchachos que trepan a la fuente para mirar por encima de las cabezas al cantante de la tarima.

Entonces, estalla la música. La cámara está en el parque, hombro a hombro con la gente: revientan los tambores de Óscar Villalobos, el rock de Lisa Reggae, el vallenato de la UFPS, las coristas espontáneas. Los cucuteños (la gente más conservadora del mundo) se entregan todos al consumo público del amor. Esto parece una comuna de hippies (en el sentido de la cofradía), pero no lo es. Nadie se conoce, y, sin embargo, se abrazan, se besan, bailan y ríen a carcajadas. Es la fiesta de la reconciliación por la paz que se desarrolla en todo el país. En Bogotá, por ejemplo, la plaza de Bolívar no se llenaba de esa manera desde los tiempos de Gaitán. En Cúcuta, tampoco, desde los tiempos de la cometa. No cabe un alfiler en el parque. Las palomas se fueron asustadas por el estruendo estrepitoso de la felicidad. El único triste de esta jornada es la estatua del general Santander: tan inútil allí. No puede ponerle orden a este desorden surrealista de la alegría comunitaria.  

No ha habido festival en Cúcuta de ninguna índole que se compare con lo que pasó el miércoles por la tarde. Jóvenes de todos los estratos intercambiaron experiencias entorno a la paz.  Eso quiere decir que la paz no solo es deseable sino que es un camino hacia la emancipación y la mayoría de edad. Los pueblos cuando maduran, cuando toman conciencia de su propio destino logran parir la historia. Es la náusea sartreana hacia la guerra. El cansancio de soportar el peso del ataúd en la memoria ha llevado a nuestra sociedad por el camino de la paz. 

Aunque no todos están de acuerdo, por supuesto: siempre hay una paloma uribista que se caga en los árboles. Pero los que desean la paz son mayoría: víctimas directas del conflicto, viudas con el rostro oxidado por las lágrimas, niños sin futuro con el futuro por tejer. Lo del miércoles quedará en la memoria colectiva como una de las manifestaciones multitudinarias más hermosas del siglo. 

Trabajar en equipo, como las hormigas, es lo que nos permitirá salir del atolladero. La paz nos conviene a todos, incluso, a los que no la desean. Hemos gastado medio siglo construyendo muros entre nosotros que ya va siendo hora de crear puentes. Debemos  movernos hacia donde está el dolor y la indignación; hacia donde está la vida. Un puente que sirva para comunicarnos. Ese puente que comenzó el miércoles, que continúa en la memoria, que se ha extendido hasta las páginas de los periódicos, que asomó la cabeza en los programas radiales, ese puente, digo, somos todos: hormigas trabajando en la misma dirección.

Viernes, 14 de Octubre de 2016
Premium-home
Patrocinado por:
Logo Empresas
Temas del Día