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Cuando acosan las ganas de ir al baño

La etapa del martes pasado, la número 16, era la más difícil, dicen los entendidos.

Sucedió antier, en la etapa reina del Giro de Italia. Lo vi yo, lo vieron ustedes y lo vieron miles de televidentes en el mundo entero. Lo vimos todos aquellos a quienes nos gusta el ciclismo (para verlo), y nos levantamos temprano a seguir, pedalazo a pedalazo, etapa tras etapa, todas las incidencias de la carrera, sobre todo ahora cuando Nairo está entre los primeros y se le ven al boyacense las ganas que tiene de llevarse, es decir, de traerse, el título.  

La etapa del martes pasado, la número 16, era la más difícil, dicen los entendidos. Seis premios de montaña, subidas empinadas y descensos de vértigo, hacían que todos los corredores  esperaran con culillo este tramo de la carrera.

Cualquier cosa podía pasar, como en efecto pasó. Cuando iban en pleno ascenso, al líder, Tom Dumoulin, portador de la camiseta rosada, le dieron ganas de ir al baño. Eso es normal en todos los seres humanos, menos en un ciclista en plena carrera.

Al hombre lo agarraron los estorcijones, como decía mi mamá (retortijones, dice la Real Academia de la Lengua; retorcijones, dicen los médicos), o sea un dolor de estómago sui géneris, que obliga a buscar el baño como sea y donde sea, so pena de hacerse popó en los calzones.

Algo le debió haber hecho daño al campeón la noche anterior, o el desayuno le cayó mal, o el estómago explotó por la dieta de los ciclistas, en fin, algo de vida o muerte acosó a Dumoulin esa mañana. Ya no aguantaba más. ¿Qué hacer? El hombre debió pensarlo más de dos veces: O el popó o la carrera. O se hace en la ropa y en la cicla, o busca un potrero. No había casas ni castillos  por allí, para pedir prestado, por favor, un baño, que estoy que me hago. No había árboles para meterse tras ellos y darle descanso al estómago. Sólo rocas y nieve.

Pálido, sudoroso, con el dolor reflejado en la cara, ante la sorpresa del mundo que lo veía sin creerlo, el líder se orilló, descendió de la cicla, dio dos, tres pasos hacia las rocas, se bajó la ceñida pantaloneta y… la cámara no mostró más. ¿Qué sucedió allí? Sólo Dios y Dumoulin lo saben. ¿Pudo hacer o todo fue una falsa alarma? Tal vez nunca lo sabremos. 

Lo cierto es que el líder regresó a su bicicleta más tranquilo y dispuesto a dar la pelea contra quienes lo abandonaron en medio del infortunio de su propia diarrea. Ni siquiera se sabe si sus asistentes le pasaron papel higiénico, o pañitos húmedos, o una caramañola o un poco de nieve. Siguió pedaleando y, como todo un campeón, defendió su liderato.

Después de este insuceso (el término es de los locutores radiales), varios interrogantes me desvelan:  ¿Qué hace el cura si en plena misa lo agarran los dolores de estómago? ¿A dónde corre un conferencista cuando en mitad de la conferencia el estómago empieza a pedir cuartico?   ¿Qué hace el presidente de la república si los retortijones lo acosan en plena intervención frente a las cámaras de televisión, con fanfarria, himno nacional y bandera de por medio? ¿Qué hubiera hecho usted si usted hubiera sido el corredor en el Giro de Italia?

El desgraciado hecho puede suceder en cualquier parte y a cualquier hora. Y es entonces cuando hay que darle la razón al Dr. Pablo Emilio Ramírez Calderón, que no es ciclista sino médico, cuando le pide en sus escritos al alcalde que, por favor y por la salud de sus gobernados, mande a construir baños públicos en los parques de la ciudad. Y entre más pronto, mejor, antes de que nos cojan los estorcijones.

Jueves, 25 de Mayo de 2017
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