La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Deporte propio
Los países en desarrollo producen riqueza, empleo, seguridad social, en resumen, “crean país”, y nosotros “hacemos reformas a la Constitución”. 
Martes, 3 de Noviembre de 2015

Amables lectores: Al leer el titulo no piensen en “el Tejo” “las bolas criollas”, “el turmequé”, “el teto”, “la piragua”, “el bolo campesino”, “el sacaculismo estratégico”, “la habladuría calumniando a los demás sin conocerlos”; no señores, ninguno de ellos es tan nuestro, ni atrae tantos practicantes y fanáticos, como el deporte de: “Reformar la Constitución”.

Los colombianos, desde niños, en los recreos de transición y primaria, aprendimos el cantico: “Tralará – Tralará- vamos todos a jugar a reformar la constitución- tralará – tralará…”. 

Mientras que los países en desarrollo producen riqueza, empleo, seguridad social, en resumen, “crean país”, nosotros “hacemos reformas a la Constitución”. 

En algunas universidades, de esas llamadas “garajes”, se ofrecen diplomados para lograr en seis meses y previo pago de tres millones de pesos, obtener el título de “experto en reformas constitucionales,” dictado por el exconstituyente “Pepito” quien para poderse graduar como abogado, “buscó abogado”.

En Colombia, somos tan buenos para esta disciplina deportiva, que como etapa de calentamiento, hasta hacemos guerras para justificar las nuevas reformas constitucionales. La constitución de 1886 se impuso como condición de armisticio de una guerra. 

Cuando la guerrilla tenía alguna filosofía de cambio social y no solo de secuestro, violencia, terrorismo y enriquecimiento con los cultivos de coca, Alberto Lleras decía: “Cada  guerrillero en su mochila, lleva la constitución”.

Bajo la presidencia de Carlos Lleras Restrepo, quien tenía tal fortaleza de carácter que sus amigos decían: “Se le paran los pelos de la cabeza aunque sea calvo”; se presentó la llamada reforma constitucional del 68. 

Los políticos de esa época, que no se dedicaban como los de ahora solo a armar elecciones con una altísima inversión en comprar votos y empapelar las ciudades y pueblos con sus afiches con invitaciones como “vote por mí que soy honesto”; sino que pensaban y “negaron la reforma”.

El presidente Lleras Restrepo “monto en cólera” (no piensen mal su esposa se llamaba Cecilia) y presentó renuncia a su cargo de presidente. 

Era una dimisión como tantas que conocemos: “Para quedarse y no para irse”. Ante esta presión y para evitarle más desgaste al país, los políticos le aceptaron la reforma.

El M-19 secuestra al doctor Álvaro Gómez Hurtado y para liberarlo exige como contraprestación que “se reforme la constitución”. En Colombia para no cambiar el país se cambia la constitución. El  Eln firmaría la paz si hay reforma constitucional, algo similar se ha estado discutiendo en el proceso de paz, actualmente en trámite en La Habana con las Farc. 

Somos geniales cambiando la constitución, pero torpes para hacerla cumplir.  Generalmente con la constitución nos comportamos como aquella mujer que es en parte una prostituta por necesidad y en parte por vocación.

Algún presidente de Aohuevo quiso incluir en la Constitución el “precio del huevo”, pues alegaba que un “país sin huevos” no tenía futuro. Un político bueno no es el que presente “más leyes” y por eso vemos leyes inocuas como aquella que prohíbe el consumo de leche cruda, aquellas leyes contra “hombres infieles” y aún más graves  aquellas leyes con que  se negocia la justicia. Se debe dictar una ley prohibiendo hacer más leyes. 

Temas del Día