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Doña Ligia cosía sueños…
Quería que todo el mundo fuera como ella y eso no era posible, porque iba más allá, siempre, y perseguía sus sueños atropelladamente, no los dejaba descansar.
Domingo, 22 de Mayo de 2016

Doña Ligia era el jardín, el patio de la casa, la costura madrugada en suspiros, las arepas y esa perseverancia de estar en todo, porque no podía dejar pasar nada sin que ella lo hubiera supervisado, para asegurarse de que estaba bien hecho.

Cuando el balón dañaba alguna mata, o las travesuras infantiles la hacían rabiar, tenía cosas para enseñar como generosa y contradictoria respuesta a su enojo: todo se sellaba con una lección de liderazgo casero, con la intensa mirada que se desprendía de sus ojos luminosos y se le metía a uno en el alma.

Quería que todo el mundo fuera como ella y eso no era posible, porque iba más allá, siempre, y perseguía sus sueños atropelladamente, no los dejaba descansar. Por eso, lo que se propuso lo consiguió con creces; eso sí, con los mayores esfuerzos del mundo y una constancia inmensa que bien quisiéramos tener sus admiradores.

Algo le aprendimos de ese ancestro antioqueño de lucha y tesón, de su persistencia en que sus hijos fueran los mejores: cuando Joaco, por casualidad extraña, no repetía la banda de honor del curso, era una debacle, porque había que empeñarse en recuperarla, o si Carlos o Tuto en las elecciones no dejaban lejos los votos contrarios, o la nena no ganaba los premios de mejor ejecutiva, o la Liga Contra el Cáncer no crecía como ella lo ambicionaba, era mejor esconderse. Y yo llevé del bulto porque, sin ser igual de bueno a Joaquín, algo me caía cuando él no era sobresaliente: -por eso Celis se acostumbró a hacer todo con el dictamen de la excelencia (no conocí cuadernos más perfectos)-.

A Ligia había que apresurarle los escenarios, y los tiempos, y todo, para seguir su paso de gigante en los retos que emprendía, que no alcanzo a enumerar: solo voy a ser vocero de la gente agradecida por su bondad y, en mi caso, por haberme ayudado tanto, aún sin ella saberlo del todo, en las horas que lo necesité. Me orientó con su ejemplo, y la amistad de Joaquín, a tratar de salir del montón de complejos que tenía, para cambiarlos por opciones de esperanza y una exigencia absoluta de ser mejor, como lo que ella esperaba de la gente que quería.

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