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El candor de la luz
La luz es un reflejo del arco iris colgado de las nubes.
Lunes, 7 de Diciembre de 2015

La recompensa de los desvelos y de la lucha por todo es el asomo de la luz en el pensamiento, en los sentimientos, en cualquier instante, porque entonces se vuelve sombra de su propio esplendor y nos cubre con un cariño, tal, que justifica continuar el camino, para cultivar las virtudes, superar las fragilidades y, en especial, oír la voz de los recuerdos bonitos.

La luz es un reflejo del arco iris colgado de las nubes: la luminosidad de Dios se dibuja en el lienzo del universo y hace ascender los sueños a las estrellas, para guardarse allí y dar señales diarias de esperanza en sol, o en gotas de lluvia.

Por eso deben mirarse todos los días, especialmente en el amanecer, porque de ellas emana el brillo que se descuelga como aroma de matas o suspiros de viento, que se anuncia al mundo como una brisa renovadora que armoniza, e inspira, nuestro renacimiento diario.

Es, además, una noticia fehaciente de que la Santísima Virgen está presente, como una intermediaria del viaje hacia la eternidad.

Por eso la Fiesta de las Velitas afianza la solemnidad de La Inmaculada, y se celebra en medio de una ilusión colectiva de estar en la ruta de los pájaros, en los pasos de los ángeles, siempre dispuestos a proteger lo bueno de los seres humanos. Es una espléndida fiesta de colores, y de luces, que emanan de la corona maternal, que nos prepara para el adviento y anuncia, también, las noticias de la redención.  

(Me gusta asociarla con la mitología, porque ella misma – la luz - es fábula, escenario de dioses y héroes, de leyendas, de canciones de gesta y de tantas secuencias de epopeya, en las cuales pueden construirse las fantasías, con tanta facilidad, que se vuelven normales. Su radiación se convierte en la coraza del alma, la invencible fortaleza que se expresa en cada canto de aliento que sale de nosotros con el fulgor animoso de una espiritualidad, sana, con esa reserva que dije estaba contenida en las estrellas y la inmensa fe en el don divino).

El espíritu debe estar presto para intuir el horizonte, para capturar la canasta que está al final del arco iris, que contiene la iridiscencia de la existencia pura, en la cual se hallan las semillas para desvanecer nuestro miedo.

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