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El candor de la melancolía

La melancolía no es mala, sólo es un intermedio agradable entre el mundo y el espíritu.

La melancolía no es mala, sólo es un intermedio agradable entre el mundo y el espíritu, un molde para pensar con hondura, evolucionar, desarrollar el poder del alma y, con sólo un soplo de la eternidad, correr el velo que oculta la identidad individual. En ella, uno se va volviendo, cada vez más, recuerdo: como si una enredadera de sentimientos tupiera la imaginación para remendar la nostalgia, así como las nonas de Cúcuta lo hacían con las medias.

Se hace mágica la historia personal, más grata, como para jugar con el destino a que uno lo entendió, a que las semillas de esperanza las pudo hacer germinar y se sembraron en la consciencia. Se recuperan los pedacitos de tiempo perdidos, se repasa la vida, se siente, se ajustan los instantes en que se abre la mañana hacia una libertad simple, imaginada desde la ilusión: fluye una música que trae la melodía universal de la añoranza y los silencios perpetuos se vuelven sombras azules, y puras, de los sueños, con la ingenuidad que da la sencillez a las emociones.

Aprende uno a estar en vigilia con el infinito, a descubrir su intuición y el aroma de la sabiduría, para asomarse al lado de allá, a la curva donde concluye el arco iris, donde se asoman los ángeles y no existen los supuestos, donde no hay fisuras en el alma.

Va uno a la primavera de sus secretos y se pregunta miles de veces: ¿De dónde repica ese eco de esperanza que actúa como una campana vibrante de sensibilidad, que invoca a la alegría de encontrarse con el ideal de la felicidad?

A los viejos se nos otorga el derecho de ir cerrando mejor el círculo del tiempo, rebelarnos contra la tentación de causar lástima, englobar los instantes y acelerar el tejido de los días que faltan, para interpretar la distancia emocional entre lo que pasó y lo que pudo haber sido: dos polos en los que se dieron tantas cosas que uno no alcanza a acreditarlas en su melancolía.

Domingo, 22 de Enero de 2017
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