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El mercado de la fe
La infraestructura dedicada al culto religioso es la suma de valiosas propiedades.
Sábado, 3 de Junio de 2017

La afirmación según la cual “La religión es el opio del pueblo”, no es el producto del pensamiento simplista o sesgado de un descreído, sino la comprobación de los efectos nocivos a que llevan las distorsiones de la imaginación desprovista del rigor propio del razonamiento.

El mito de los dioses,   en tan variadas versiones, le dio paso a las religiones y estas se erigieron como depositarias del destino de todos los seres para condenar o absolver. Se elaboraron los principios, los códigos, las doctrinas, los credos, los dogmas. La Biblia se ha utilizado como fuente nutricia principalmente del pensamiento católico, igual que  el Corán para los musulmanes o el Dhammapada para los budistas. Con sus pautas morales extremas, adobadas de cerrero fanatismo, hasta la intimidación, las religiones ejercen una presión de constreñimiento sobre sus fieles para anular su libertad y atraparlos en el oscurantismo de la sumisión. No hay opción de deliberación porque todo está sujeto a los designios del Todopoderoso o Ser Supremo que reina en la imaginación de los embaucadores.

Pero las religiones no solamente son un repertorio de especulación filosófica basado en la divinidad. Están configuradas como empresas de muy alta rentabilidad, con ingresos provenientes no solamente de la contribución ‘voluntaria’ de los creyentes o feligreses mediante diezmos y otras dádivas, sino también de prácticas financieras mundanas o de los negocios propios de la economía. 

La infraestructura dedicada al culto religioso es la suma de valiosas propiedades, con equipamientos muchas veces suntuarios, de inversiones millonarias. A eso se agregan otros productos de consumo generalizado que dejan altas utilidades.

Todo ese movimiento está articulado al mercado ecuménico de la fe. Nada es gratuito. La parafernalia de los actos en que se solemnizan las creencias refuerza la dependencia, lo cual lleva a la aceptación sin reparos de cuanto prediquen o hagan los depositarios de ese poder, que aunque son personas de carne  y hueso como los demás mortales, están revestidos de ciertos privilegios, como excepción que no admite dudas.

“La fe mueve montañas” es un proverbio de diaria confirmación en la rutina terrenal. Los creyentes no se desgastan en discusiones de comprobación. Para ellos todo está resuelto. Y punto. “Fe es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”, y a partir de allí sobra cualquier averiguación. Y así lo percibe en su supina visión el exprocurador Alejandro Ordóñez, igual que la legión de devotos sumidos en los laberintos de los prejuicios y de la estolidez.

Y no se trata de condenar a nadie por sus convicciones religiosas, las cuales merecen respeto,  sino de mostrar como esa presión de las religiones es otra trampa contra la libertad y la razón.

Puntada

Juan Fernando Cristo demostró claridad, inteligencia, conocimiento y capacidad ejecutiva en su desempeño del Ministerio del Interior. Está hecho para liderar la política de paz que demanda el país, lo cual impone romper con la corrupción y todos los demás desajustes que debilitan la democracia y los derechos de los colombianos.

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