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El parque de la Bola

Los parques, como todos los seres vivos, nacen, crecen y después de un tiempo mueren, y vuelven a nacer y los reinauguran.

La Alcaldía de Cúcuta reinauguró con maracas y platillos el llamado parque de la Bola. Digo el parque de la Bola porque así es como mucha gente lo conoce  y no, como parque Nacional, que es en realidad su nombre.

Y digo que lo reinauguró, porque este parque ha sido inaugurado y reinaugurado un montón de veces, desde que empezó a ser parque, uno de los más importantes del centro de la ciudad, con el Santander, el Colón y el Mercedes Ábrego.

Los parques, como todos los seres vivos, nacen, crecen y después de un tiempo mueren, y vuelven a nacer y los reinauguran y aguantan otro tiempo hasta que los abandonan a su malhadada suerte de sitios públicos. Ese es su ciclo. 

Los parques tienen entonces varias vidas. A algunos les va bien en alguna de ellas, a otros la suerte se les escabulle y mueren sin dolientes. En Cúcuta tenemos varios parques sumidos en el abandono y la desidia y el mal olor. 

El parque Nacional o de la Bola ha tenido varias vidas. Empezó siendo un tierrero, en las afueras de la ciudad, donde organizaban fiestas. Se llamaba Plazuela del Libertador y allí hacían corridas de toros, peleas de gallos, bazares. Fue la primera inauguración.

Después la convirtieron en plaza de fútbol. Se dice que allí fue la primera vez que se jugó fútbol en Colombia. De Maracaibo llegaron dos extranjeros, uno cubano, Federico Williams, y otro venezolano, David Maduro (de otros Maduro), que trajeron la fiebre del fútbol, algo que por aquí era completamente desconocido. Enseñaban a los muchachos el arte de darle pata a un balón y así se fueron formando los primeros equipos de fútbol de Cúcuta, y de aquí se regó este deporte por todo el país.

De modo que cuando a la plazuela la adaptaron como cancha, tuvo otra inauguración. Dejó de ser el Tierrero para llamarse campo de fútbol.

Después, cuando construyeron el Palacio Nacional, que se estrenó en 1940 (centenario de la muerte del general Santander) , hubo otra inauguración, con parque y todo. Se acabó la cancha de fútbol y se llamó parque Nacional.

La colonia italiana en Cúcuta, viendo que el parque estaba muy pobre, le donó una fuente con la esfera terrestre. Otra inauguración y la gente comenzó a llamarlo el parque de la Bola.

Así, ha venido resistiendo los buenos y los malos tiempos. Tinterillos y escribanos montaron allí sus toldos para hacer declaraciones de renta, tutelas y derechos de petición. Manejan máquinas de escribir, de las antiguas. Y se ganan la comida del día. Pero de noche, el parque cogía malos pasos, lleno de viciosos y mujeres alegronas. A pesar de un CAI que por allí existe.

Alguna vez le escuché decir al alcalde Donamaris que haría de este parque la plaza de la música, donde guitarristas, acordeoneros, mariachis y toda clase de serenateros tendrían un sitio especial, bonito y atractivo. Pero todo quedó en buenas intenciones, y no hubo inauguración.

Y ahora, el alcalde, César Rojas, se vino con todo hacia el parque Nacional. Le metió unos cuantos pesos y lo remodelaron. Quedó como para llevar la novia a pasear. Un parque como para mostrar a los que llegan. Y lo inauguraron, como dije, con bombos y platillos. Se lo merece. 

¡Felicitaciones, alcalde! Muy bien, aunque a la Academia de Historia no la invitaron a la fiesta, a pesar de ser vecina. Tal vez los organizadores dijeron: “A esos viejitos historiadores ya no les gustan las fiestas. Se quedan dormidos. Pobrecitos. Ya ni gallina que les den”. 

Martes, 11 de Julio de 2017
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