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El pobre candidatico

Juan Atalaya reúne más de cuatrocientos mil habitantes, cerca de los dos tercios de la población de Cúcuta.

Nuevamente la ciudadela de Juan Atalaya de Cúcuta volvió a elegir gobernador del departamento y alcalde de Cúcuta. (En honor a la verdad hay que decir que Atalaya y Ramiro Suárez, pues los elegidos salieron de las entrañas políticas de éste). Cero y van cinco alcaldes ungidos por el voto atalayero: Pauselino Camargo, Ramiro Suárez, María Eugenia Riascos, Donamaris Ramírez y César Rojas, y tres detentadores de la silla dorada en el palacio de la Cúpula Chata (¿o dos, o uno pues son lo mismo?): William Villamizar, Edgar Díaz, otra vez Villamizar y dentro de cuatro años de nuevo Díaz. 

Juan Atalaya reúne más de cuatrocientos mil habitantes, cerca de los dos tercios de la población de Cúcuta que es de seiscientos cincuenta mil. Distingue a los atalayeros una característica: votan abundantemente, de modo que si se lo propusieran, obtendrían los doscientos mil sufragios  suficientes para  poner todos los senadores. En dicha ciudadela predominan los estratos económicos 1 y 2, sectores marginados y de extrema pobreza, perfecto caldo de cultivo para los demagogos que hacen de las suyas distribuyendo mercados y dinero en temporada electoral. “La necesidad tiene cara de perro”, me replica una contertulia cuando hablamos de la capacidad intelectiva y analítica de los atalayeros y de sus valores morales,  que  los tienen, a no dudarlo. 

El término correcto es justa dineraria, porque justa democrática no fue la del 25 de octubre próximo pasado. En todo el país la compra de votos y el reparto de mercados fue la constante. El presidente Santos se ufanó de la paz que reinó (“la paz se ha convertido en la palabra mágica que adormece la razón del pueblo”) y de la votación que superó otras del mismo género, pero nada dijo de que estas elecciones también superaron la corrupción, empezando por la “mermelada” del gobierno.  Las tulas y mochilas repletas de billetes estaban cerca de las mesas de votación. 

Se dice que un candidato en nuestro departamento gastó treinta mil millones de pesos (?). Eso oí en mi peluquería. Días antes del domingo electoral los periodistas le preguntaron que cuánto iba a invertir en su campaña y respondió que 300 millones de pesos, que le alcanzaban solamente para la publicidad. Su tope para el cargo era de tres mil millones. Y explicó la fuente de esos recursos: cien millones que tenía ahorrados, y el resto se los prestarían la tía Eufrasia – ¡pobre tía Eufrasia, en las que la meten, ella que apenas gana para vivir haciendo aseo en casas de familia! -, el primo Eliodoro – que vive más jodido que nadie – y la abuela Demetria – que todavía sale a vender tinto -. 

¡Qué cuento tan forzado!

¡Y qué buena ocasión para parodiar el poema de Rafael Pombo, “La pobre viejecita”. Aquí sería “El pobre candidatico”, así: 

Érase un candidatico sin nadita que ofrecer, sino hierro, tablas, tejas, plata, puestos y Sisben. 

Los mercados que entregaba, no bajaban de cien mil, y contratos millonarios, prometía repartir. 

orlandoclavijotorrado@yahoo.es

Martes, 24 de Noviembre de 2015
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