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Enemigo íntimo
Parece haber un plan de exterminio contra los vendedores ambulantes.
Viernes, 22 de Abril de 2016

Los vendedores ambulantes han sido atacados con bolillo, patadas, decretos, encerronas. La policía los ha detenido, les han quitado sus mercancías. Han sido escupidos y maltratados: desde adultos mayores hasta mujeres embarazadas se quejan del odioso asedio de la fuerza pública contra el sector de la economía informal.

Hay, incluso, uniformados que les roban –según me cuentan muchos de ellos- sus productos: cervezas, pimpinas de gas, pequeños televisores o radios, para luego revenderlos en el mercado negro.  Muchos de los agentes de policía que los persiguen son los mismos que los días de descanso van de civiles con sus familias a comer perros calientes o hamburguesas.

Parece haber un plan de exterminio contra los vendedores ambulantes. Una solución final, un Auschwitz orquestado que los haga desaparecer de la faz de la tierra para que los ricos poderosos del Ventura y el Tonchalá puedan, ellos sí, vender sus cosas a sus anchas. No les han echado Napalm porque en Cúcuta no se consigue. No han sido atacados con aviones Kfir porque sería extravagante. No los han aplastado con tanquetas de guerra porque daña las baldosas de los parques, pero les echan a la fuerza pública (que cumple órdenes, claro) para su desalojo.

Lo vi el otro día en el parque Fundadores de la calle 10 con avenida 0. Una mujer lloraba porque le quitaron su plante de cerveza; otra, más allá, se vendaba un brazo lastimado.

Otros prefirieron montarse al camión con sus cosas para morir de pie, como los árboles. Esta es la gente que no figura en los grandes medios de comunicación: un sector de la sociedad estigmatizado, criminalizado, pero del que todos se sirven.

La defensa del espacio público no implica la violación a los derechos humanos y menos aún el derecho al trabajo. Una acción de tutela ganada por los vendedores ambulantes y que obliga a la Alcaldía a reubicarlos en el mismo espacio es desacatada. La misma tutela prohíbe a la fuerza pública retener las mercancías. Nada se esto se cumple.  

La humillación ha llegado a tal nivel que les quitan a los vendedores ambulantes  las sombrillas para que se asen al sol, para que se quemen en la hoguera del medio día y así obligarlos a desistir. Pero son pobres. Y los pobres no se rinden. Luchan y pierden, pero no se rinden.

Este linchamiento precautelativo para la Gran Defensa del capital debe ser examinado con lupa. El alcalde de Cúcuta, César Rojas, debería recordar que él también fue un vendedor ambulante.

Lo recuerdo en campaña vendiendo de puerta en puerta  la imagen de Ramiro Suárez como si fuera una estampa de la Virgen del Carmen.

Lo recuerdo vendiendo la idea de que en Cúcuta “Sí se puede progresar”. Pero en Cúcuta no se puede progresar aplastando a la gente. Como ven, los vendedores ambulantes cuando llegan a poder legislan contra sus propios hermanos, y se convierten en su nuevo mejor enemigo.

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