Josep Piqué uno de los más reconocidos expertos en España y en el mundo en el tema de infraestructura, ha dicho en su reciente visita al país que le parece “una anomalía que una ciudad del tamaño en Bogotá no tenga metro”.

Pero esa no es la única anomalía, existen muchas otras, tal vez infinidad de anomalías en todas las ciudades colombianas, pues no tenemos sino muy pocas dobles calzadas, no existen túneles, faltan intercambiadores viales en casi todas partes, no tenemos tren y los sistemas de transporte colapsan de manera dramática y desesperada.

Ese ejercicio de identificar las anomalías que se padecen en todas las ciudades colombianas, deberían hacerlo permanentemente los alcaldes y los estamentos ciudadanos, pues el crecimiento desbordado de las urbes nunca va aparejado de un plan de obras que mitiguen el enorme impacto de la superpoblación.

Siempre nos vamos quedando rezagados, con unos habitantes que se multiplican y por otro lado unas obras que avanzan a paso de tortuga y que terminan colapsando todos los espacios públicos.

Los recursos disponibles nunca son bien direccionados y en muchas oportunidades esa indefinición y esa falta de planeación, hace que el terreno resulte propicio para que los corruptos actúen, esos sí con toda eficacia, para desaparecer para siempre los dineros disponibles que los contribuyentes han aportado oportunamente.

Ha sido costumbre que cada vez que se identifica una obra de cierta magnitud, esta se deja a merced del tiempo, en donde se gasta demasiado tiempo en estudios, para concluir periódicamente que esos estudios ya no sirven porque han quedado obsoletos y es necesario actualizarlos o volverlos a hacer; y mientras tanto, las necesidades se perpetúan sin que sea posible por lo menos atenuarlas en sus graves consecuencias.

Capacidad de planeación y decisión política para acometer las obras, es lo que tanto nos hace falta en  nuestro medio para que este país no siga apareciendo ante los ojos de propios y extraños como una atroz anomalía