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Giro, vueltas y bicicletas

Las vueltas a Colombia se iniciaron a mitad del siglo pasado, cuando no había televisión.

Ahora que estamos alebrestados con Nairo y Gaviria, por sus pedalazos de monstruos en el Giro de Italia, y que, desde temprano, nos aplastamos frente al televisor para ver en vivo y en directo lo que está pasando en las carreteras italianas, recuerdo las vueltas a Colombia de hace un jurgo de años, cuando no había los adelantos tecnológicos de ahora.

Esas sí eran vueltas. Sí señor. Por carreteras destapadas, llenas de huecos y en ocasiones, de derrumbes; en ciclas comunes y corrientes , sin bicicletas de repuesto y sin carro acompañante; aguantando hambre, sed, frío, calor y lluvia.

Las vueltas a Colombia se iniciaron a mitad del siglo pasado, cuando no había televisión, los pueblos no tenían energía eléctrica, la radio llegaba a muy pocas regiones y el atraso era generalizado.

Se hizo famosa la voz de Carlos Arturo Rueda, locutor que transmitía aquellas vueltas desde algún punto fijo. A falta de transmóviles se iba adelante y se subía a la torre de los pueblos por donde pasarían los corredores, o a los árboles altos o a los postes de energía donde los había. 

Desde allí, encaramado como pudiera, daba la información y se marchaba a buscar otro lugar desde donde pudiera continuar informando.

Luego apareció otro locutor, también de voz recia y agradable, Alberto Piedrahita Pacheco y los comentarios de Julio Arrastía. 

La gente se entusiasmaba más que ahora, por la sencilla razón de que los ciclistas corrían por sus departamentos: Cundinamarca, Antioquia, Valle, Boyacá... Como siempre, y como en casi todo, Norte de Santander nunca fue una región fuerte para el deporte, a excepción del baloncesto en alguna época y ahora en gimnasia. De resto, cero pollito, cero huevito. 

En la década del setenta alguna de esas vueltas terminó en Bogotá, un domingo, en el Campín. Los universitarios del Norte, orgullosamente nortesantandereanos, nos fuimos al estadio a hacerle barra a nuestro corredor, un muchacho llamado Gustavo Rojas (después periodista y fotógrafo), q.e.p.d.. Llegó Cochise Rodríguez, el campeón, llegaron los otros y, una hora después, llegó nuestro paisano, cuando ya había empezado el partido de fútbol. 

Pero lo esperamos, lo recibimos con honores, lo sacamos en hombros, y el público miraba extrañado a ese grupo de loquitos que recibían como un héroe al que llevaba el farolito, nombre que le daban al que llegaba de último.

Después aparecieron los equipos de marca y ya la cosa no fue la misma. Es lo que sucede ahora con el ciclismo internacional. Le hacemos fuerza a Nairo, pero no representa a Colombia sino a una marca, que le paga y le da todo. Los tiempos cambian y las costumbres cambian y las personas cambian.

Ya conté cómo llegó la primera bicicleta a Las Mercedes, a lomo de mula porque no había carretera. La llevó un maestro de escuela, Juan Francisco Vila, que premiaba a sus alumnos dándoles vueltas por las dos calles del pueblo. 

Cuando la carretera llegó, había en el pueblo tres bicicletas: La de Vianny Jaimeth, que escandalizaba a las señoras por sus pantaloncitos corticos, con los que salía a montar. La de Rito Ramírez, que, además de maestro, sabía poner inyecciones y formulaba bebedizos de paico y ruda para las lombrices. Sus visitas de médico las hacía en bicicleta. Y la de mi tío Ángel Ardila, que utilizaba su bicicleta para ir hasta la pesa, a dos cuadras de la casa, para comprar la media libra de carne del día.

Rito y mi tío se disputaban las mismas novias y pasaban frente a sus casas para mostrar sus habilidades como ciclistas, entre charcos y sobre pedregales. Hoy, los muchachos y las muchachas del pueblo andan en motos, a toda mecha, y las mulas tienen que sacarles el quite. Los tiempos cambian. Sí señor.

Lunes, 22 de Mayo de 2017
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