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Halloween

Hablo de los que han convertido a la ciudad y al país en un aquelarre de brujas y vampiros.

Es muy probable que Colombia sea el único país del planeta en que el Halloween, o noche de brujas, no se celebra el 31 de octubre sino que es permanente y dura todo el año. Aquí todo el mundo vive disfrazado.

Al senador Uribe, por ejemplo, le cala bien su disfraz de Cancerbero, ese monstruo mitológico de tres cabezas y cola de serpiente que cuida las puertas del infierno, infunde temor, vocifera lunático, llora si no le dan el Nobel, se traga a dentellada el trozo de carne de la paz que quedó servida sobre la mesa y, cuando le preguntan por qué un campesino honrado apareció de pronto muerto y vistiendo prendas militares, responde: “pues, no estaría cogiendo café”. Un cancerbero es un perro salvaje de tres cabezas: una cabeza  es la de María Fernanda Cabal y la otra de Félix Lafaurie. La  cola es la de Paloma Valencia.

-Porque Paloma Valencia nunca ha tenido cabeza, como lo demuestra ampliamente en sus declaraciones por twitter: “Oso de anteojos en Totoró-Cauca debe pagar por los daños a ganaderos y evitar que lo maten”.

A pesar de la gran variedad de disfraces con que cuentan los políticos en Colombia, un repaso ligero a sus imágenes en los noticieros de televisión demuestra que siempre usan  los mismos trajes. Así, por ejemplo, el ex procurador Ordóñez, que siempre creíamos un vampiro en la noche de Walpurgis, sale a veces disfrazado de un sanguinario Fouquier-Tinville de la Revolución francesa; otras veces lo hemos visto vestido de alfombra roja por donde camina el senador Uribe y limpia las suelas de sus zapatos.  Cabeza de cancerbero, carnicero de la Revolución francesa, alfombra roja para que lo pisen. ¿Qué falta? Ah, sí, Ordóñez a veces oculta su identidad haciéndonos creer que está disfrazado: es uno de esos curas medievales que solo tenían erección viendo torturar a homosexuales y lesbianas.

-Y todo eso bajo el gran disfraz de Procurador. Pero nunca se ha disfrazado de sí mismo: sería terrorífico

Porque nadie quiere mostrar su verdadero rostro. Todos están en elecciones y quieren mostrar una cara feliz y maxfactorizada. Se maquillan el rostro como maquillan a Cartagena de Indias cuando llega de visita el Presidente de Estados Unidos: Ordóñez de lima los colmillos; Álvaro Uribe se saca el fusil de la garganta; Lafaurie pone cara de ganado robado; Paloma Valencia simula que piensa. Y así son todos. Tal vez sea el presidente Santos el único que se muestra como lo que realmente es: un neoliberal de derechas, amante del libre mercado, burgués que nunca ha tramitado una hoja de vida, amigo de  Tony Blair y nunca de Maduro; el único que llega al punto del refinamiento que se maquilla  los párpados para hacer creer que trasnochó trabajando.

Los del Centro Democrático, expertos en disfraces, lograron convencer a la gente de que Santos es marxista-leninista. Y de pronto lo sea, si hay que hacer un chiste: marxista porque en marzo besó a su primera novia; y leninista porque le gusta la música de John Lennon.

Hablo fundamentalmente de los funcionarios, de los candidatos, de los ordenadores del gasto público. De los que han convertido a la ciudad y al país en un aquelarre de brujas y vampiros. De íncubos y súcubos. De momias y engendros mitológicos.

Pero estamos tan acostumbrados a sus rostros que ninguno nos asusta. Aquí lo único que produce verdadero terror es una reforma tributaria la noche del Halloween.

Viernes, 4 de Noviembre de 2016
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