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Ira modernista
La actualidad no propicia una relación normal de transferencia de épocas, consciente, coherente, ¡no!
Domingo, 1 de Enero de 2017

Al parecer la modernidad no es una decisión libre del hombre, es una imposición enigmática, una extraña obsesión de no ser como antes y vociferar el desafío de comenzar otro tiempo. En esa confusión retadora, el proceso se ha vuelto arisco y, lo peor, violento, por la ansiedad de destruirlo todo, la tradición y los valores, con ira modernista, sin el sustento de la lógica, con una locura voraz de romper algo, de realizar cambios, cualesquiera que sean, por el prurito de hacerlo, sin cumplirse los ciclos debidos.

La actualidad no propicia una relación normal de transferencia de épocas, consciente, coherente, ¡no!, es un delirio por demoler el pretérito, condenarlo por oponerse al libertinaje y a la pérdida de los fundamentos éticos.

Sin embargo, es imprescindible recordar que –nunca- nada es nuevo sobre la tierra, incluido el hombre: aunque un instante no se parezca a otro, la existencia es una eterna inspiración a la espiritualidad, a una visión singular, quizá única, del hallazgo de la genialidad y trascendencia de los seres humanos.

El tiempo recorre su trayectoria en un círculo fascinante: en cada instante del presente, ocurre un cambio enigmático hacia otro inmediato que es el futuro; se eclipsa un pasado y él –el tiempo- avanza con su dignidad íntegra. El juicio crítico nos permite asumirlo como una alternativa para conjugar la tradición como un verbo activo y no forzarlo a  que no se parezca a otros tiempos.

La idea es heredar el destino con nobleza, no vivir de otra manera por hacerlo, alentar la esperanza hacia la dignidad de la existencia, vislumbrar el porvenir como una porción de la esencia universal, inscribir los sueños en un ideal supremo e ir hacia el mundo como si se fuera al infinito.

La entrada a la vida es la misma para todos nosotros, así como la salida: en la frontera hay un resplandor que magnetiza la felicidad. Lástima que hayamos preferido arrebatarle la riqueza del oro y no moldear el barro en nuestras manos.

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