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Jugarreta
¿En cuál estación debemos esperar el tren? En aquella en que tengamos sed de mañana.
Domingo, 6 de Agosto de 2017

A veces es bueno aceptar el juego que propone el destino y esperar el tren en alguna esquina de la estación, un poco a escondidas, porque cuando él lo descubre a uno sigue de largo. Por eso los días (estaciones) son, únicamente, unos pertrechos demasiado móviles, frágiles y sutiles que, de suyo, no pueden convertirse en fortaleza: serán ruinas, irán de la luz a la sombra, sin encontrar un lapso de tiempo suficiente para planear un escondrijo definitivo.

¿En cuál estación debemos esperar el tren? En aquella en que tengamos sed de mañana, ansia de crepúsculo y esté, como el alma, provista de emociones susurrantes, de colores, para pintar la oscuridad y dibujar una maravillosa senda que reúna los caminos en uno vital que afiance, ahora sí, la ruta de la vida.

La debilidad mayor del destino es la ternura, ella lo derrota, porque le abre el horizonte, deja ver su resplandor, su aura, la faz de su corazón invisible –también tiene- y deja que los pobres humanos elevemos los ojos al cielo.

¡Qué hermosa libertad se muestra: lejana de opresiones! Sale la ilusión con toda su magia a través de los barrotes de la prisión mortal, avanza en una soledad digna, hace suyas la luz y la sombra, en un alegre espectáculo sideral.

El escenario se ilumina, la música ronda con desenfado, el destino se entrega, en un abandono total de esperanza: hasta que aparecen las cosas y las personas y apagan la luz: - Ahí, no hay nada que hacer-, sólo esperar otro momento fascinante.

Teorema: Si uno desarrolla la cualidad de acumular las señales buenas, de ir guardando pedacitos nobles en la alforja secreta de sus sueños, se encontrará con la ilusión: allí reposa el instante mejor de la intimidad, desde el que puede contemplar sus recuerdos o componer una canción de olvido. 

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