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La costumbre de agredir
Las nuevas víctimas son los esclavos negros traídos en la condición de recuas desde África.
Sábado, 16 de Julio de 2016

La  recurrencia de la violencia hace parte de la tradición colombiana. Desde la conquista de los españoles las acciones de fuerza se impusieron como forma de dominación.  

Los aborígenes fueron sometidos  mediante acciones criminales de quienes estaban investidos de autoridad  en representación del poder imperial de ultramar. 

A esa etapa siguió la de la colonia, durante la cual, con variaciones de procedimiento también la arbitrariedad se ejerce bajo el amparo de legalidad. 

Las nuevas víctimas son los esclavos negros traídos en la condición de recuas desde África para destinarlos a los duros trabajos del campo o la construcción de fortalezas para defenderse de las nuevas legiones de competidores de conquistas.

Los criollos descendientes de las relaciones conyugales en el territorio conquistado y colonizado también sufrieron la represión del poder español cuando empezaron a rebelarse contra el dominio que ya consideraban extranjero y del que querían apartarse, animados por una perspectiva de independencia y de  construcción de un Estado con identidad de nación.

Las luchas de la etapa de la independencia fueron arduas y provocaron cuantiosos estragos no solamente por los muertos que dejaba la confrontación de los ejércitos combatientes sino también dados los saldos negativos cargados a la existencia de la población en general.

Siguieron las tantas guerras civiles en la nación, originadas en las arbitrariedades de gamonales  con títulos feudales o en el sectarismo partidista a que lleva la codicia del poder político.

Colombia no ha dejado de ser una nación envuelta en las llamas de todas las violencias. Desde hace más de medio siglo la nación sufre la opresión de la larga cadena de escalamientos beligerantes de guerrilleros, paramilitares, sicarios del narcotráfico y de las bandas criminales de diferentes marcas. A lo cual se suman, la delincuencia común y desviados miembros de la Fuerza Pública que ejercen de cómplices en diferentes casos.

Aunque hay colombianos interesados en el sostenimiento de esas violencias, hoy es más generalizada la resistencia a la corriente de exterminio.  La posibilidad de un acuerdo de paz  gana apoyo cada día a pesar de la propaganda falaz de los opositores.

La erradicación de la violencia en todas sus formas impone no solamente un acto de perdón, sino también de reconciliación, entendida esta como un cambio de actitud en la vida. O mejor, de conducta, que implica no repetir tantos errores del pasado y poner a la nación en la órbita de la democracia con todo lo que esta debe representar como igualdad, como garantía de honradez, como reconocimiento de derechos.

Hay que abolir para siempre la costumbre de la agresión, de la violencia y  asumir “la costumbre de la paz”, como tiene que ser.

Puntada

Como paliativo, positiva la reapertura parcial de la frontera. Pero ¿por qué no dar de una vez el paso decisivo de normalizar el libre tránsito entre Colombia y Venezuela, con la reglamentación binacional que les cierre espacios a los delincuentes y  le genere fortalezas a la integración en condiciones de recíproco beneficio para los pueblos?

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