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La edad mayor del alma

Porque de viejo todo afecta más: cualquier palabra, un gesto, las frustraciones que aún se dan, la nostalgia mal entendida.

En buena parte de la gente mayor, hay una especie de cansancio por la vida; además, lógico, por cuanto ya las cosas son distintas y están afectadas por los surcos que va dejando el tiempo. -No me las doy porque, con 64 años, también a veces siento en mí la huella larga y dura de los años-.

Porque de viejo todo afecta más: cualquier palabra, un gesto, las frustraciones que aún se dan, la nostalgia mal entendida, en fin, el crescendo de la fragilidad que hace más graves los acontecimientos de lo que son, o de la agresividad, que es un escape alternativo y, lo peor, el miedo que anula. De eso debe uno darse cuenta a tiempo, para entrar en justa lid con la tendencia a la derrota y abrir frentes de esperanza, con la preocupación por estar bien en todos los aspectos, desde el físico y el emocional hasta el intelectual, que es el más importante.

La misión es no dejarse vencer por la apatía, la cual es, de seguro, una significativa lesión del alma. Y pretender, a diario, huir de la sombra del desgaste, para convertirla en luz y aliada de nuevos propósitos culturales, que son el aliento de la existencia, erigir metas y darse a la brega de alcanzarlas.

Los viejos necesitamos asumir una vocación guerrera, valerosa, para luchar contra la fatiga rotunda de la vida, para disfrutar los días en la sublimidad de agradecer los años, los de ayer y los de hoy.
Nuestra intención individual debe ser la propia gestión para dignificar la senilidad, que no es mala, sólo una etapa diferente, a la cual hay que ajustarse con nuevos parámetros de vivencia y, en especial, de convivencia.

El tiempo es una ruta distante ya recorrida, algo confusa, dependiendo del nivel y la calidad de los recuerdos: la prisa de los años pasa como un viento, y la luz va siendo absorbida por la niebla pero, en el fondo, cada quien está esperando a que se descorran los velos, y las flores aparezcan en el jardín, o en el balcón, lo mismo que el apetito de los pájaros. Lo mejor es que los ojos se vuelven más lentos y aprender a deleitarse en los paisajes, los oídos se aguzan y ahora reconocen voces y músicas bonitas que vienen del pasado.

Domingo, 7 de Febrero de 2016
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