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La imitación en la era de la conectividad

Regularmente vemos la sociedad como un agregado de personas que viven juntos en una comunidad más o menos ordenada. 

Todos hemos expresado alguna vez la frase “El mundo es un pañuelo”.  Especialmente cuando nos presentan a alguien y, después de pocos minutos, nos damos cuenta que contamos con amigos comunes.  En un mundo socio-tecnológico con las redes sociales como protagonistas, es sencillo relacionarnos sin mediar con limitaciones geográficas. El resultado es una sociedad estrechamente conectada.  Pero, ¿qué implicaciones tiene nos trae esta alta conectividad? ¿Qué hay con una sociedad en la que cada vez las comportamientos sociales son más parecidos, producto de la imitación? Un acercamiento al lado histórico de la conectividad social, puede ayudarnos a explicar el efecto que tiene la imitación en la sociedad.

Regularmente vemos la sociedad como un agregado de personas que viven juntos en una comunidad más o menos ordenada. En la sociedad la suma de personas, grupos e instituciones se relacionan por alguna razón particular, por ello la sociedad también ha sido vista como un conjunto de humanos interactuando. 

Los tipos de interacciones que generamos, dan lugar a estructuras sociales que coinciden con la noción de redes sociales.  Nuestra vida diaria se da en el interactuar con distintos tipos de actores, y ejerciendo distintos tipos de roles. Coexistimos como producto de relaciones y vínculos cómo la amistad, el trabajo, los negocios, medios de transporte y por relaciones de tipo sexual.

En la red social Facebook, la mayoría de personas cuenta con un promedio de 340 amigos, lo que muestra que tan sólo conocemos una fracción de la población mundial. Sin embargo, percibimos como posible conocer a muchas personas por el hecho de ser los amigos de nuestros amigos.  La cercanía virtual que surge con otros, de alguna manera, nos da la sensación que el mundo es pequeño.   

Pero, ¿qué tan pequeño puede ser el mundo?  En 1967, el psicólogo social Stanley Milgram se hizo la misma pregunta y obtuvo una respuesta más que sorprendente. En esa época, cualquier ser humano estaba conectado a cualquier otro, en promedio, a través de seis personas.  Milgram, diseño un interesante experimento para ello. Envío a unas 300 personas en Boston y Omaha (Nebraska, USA) una carta mencionándoles que debían hacer llegar esta comunicación a una persona en Sharon (Massachusetts, USA).  La condición era que las personas a las que inicialmente se les dio la carta, podían enviarla directamente sólo en caso de conocer al destinatario final.  En caso de no conocerlo, debían hacer llegar la carta pero a través de alguien que ellos conocieran.  Algo así como: sí conoce al destinatario de esta carta, hágasela llegar; sí no lo conoce envíesela a un amigo suyo que la pudiera conocer.   De allí, surgió el postulado que estamos conectados a través de seis grados de separación.

Estudios recientes demuestran que la separación de los seres humanos se ha hecho más estrecha. Las redes sociales han reducido la separación promedio a cuatro personas. Al ser más alta la conectividad en nuestro tiempo, significaría que podemos conocer a quien queramos sin mucha dificultad. Si quisiéramos conocer a Donald Trump, podríamos llegar a él a través de cuatro personas. Haga el experimento.  Seguramente conoce a un amigo de un amigo, de un amigo, de un amigo que conoce a Trump. 

En una sociedad altamente conectada, cualquier cosa puede pasar. Es posible que desde regiones muy apartadas del mundo llegue a nosotros información útil en la toma de decisiones. Basta considerar los videos virales que semanalmente nos llegan desde lugares remotos. Esto marca tendencias en la sociedad debido a que mucho de lo que hacemos, lo hacemos por imitación.  

Según el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, Carlos Gershenson, la imitación entre animales sociales como los humanos, ha sido un mecanismo muy poderoso que incluso se ha observado en recién nacidos.  Es por imitación que los hábitos y tendencias toman más arraigo en la sociedad, y lo más importante es que casi siempre se hace de forma inconsciente.  

Mediada por la alta conectividad, la imitación se disemina de forma rápida; al tiempo que potencia comportamientos. Es conocido el “síndrome de la ventana rota”, aquel en que sí alguien rompe con una piedra una ventana de un edificio, de no reparase prontamente, invitará a otros a que prueben su puntería en esa misma ventana o en la contigua. Es la razón de ver edificios abandonados con todas sus ventanas rotas. Este comportamiento qué es producto de la imitación, fue comprobado desde 1969 en la en la Universidad de Stanford (USA), por el Profesor Philip Zimbardo. 

Lo que se ha aprendido del síndrome de la ventana rota, es que un comportamiento inadecuado sobre el que no se sensibiliza a la sociedad, puede propagarse rápidamente; aún más si se es compartido en redes sociales. Hemos visto cómo los suicidios por ciberacoso o cyberbulling han aumentado. Incluso existen casos de cuentas de twitter donde se escribe sobre la vida de los compañeros de clase; también casos de jóvenes que han promocionado videos de abusos sexuales a sus compañeras en fiestas. Un hecho como el del eurodiputado Janusz Korwin-Mikke, quien proclamó a las mujeres cómo “más débiles” y “menos inteligentes”, y promovió cientos de conductas misóginas, es una muestra que los adultos contribuimos a viralizar valores negativos.  

En una sociedad tan conectada en que lo bueno, pero también lo malo y lo feo puede ser tendencia, existe la responsabilidad de producir y publicar contenidos que no sean ofensivos a la dignidad humana. Definitivamente necesitamos altas dosis de sensibilidad y concientización para ser modelos positivos de humanidad y ciudadanía.  Es claro que lo que imitamos afecta a los demás, en especial a las nuevas generaciones, y no sólo a Trump a quien usted ya sabe que puede acceder fácilmente. 

Viernes, 28 de Abril de 2017
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