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La maña de salvar vidas

Los conocimientos y la experiencia que ha acumulado durante estos largos años caminan sobre la delgada línea entre lo divino y lo humano.

Mi hermana salva niños. Y no hablo de salvar niños en África a fuerza de poderosos likes en Facebook como la mayoría de nosotros hacemos, hablo de niños reales. Todos los días del año, una y otra vez, atiende y despacha minipacientes desde la soledad profesional de su consultorio. De simples gripas hasta cuadros crónicos de patologías improbables a lo Dr. House, el menú de enfermedades de cada noche es una cajita feliz llena de sorpresas. En lo que le queda de tiempo, estudia para sus parciales, pues esa es la dualidad del residente de pediatría: Elegir la opción correcta tanto en la sala de emergencias como en el papel.

Su profesión no es como la mía, es algo mucho más sublime. Los conocimientos y la experiencia que ha acumulado durante estos largos años caminan sobre la delgada línea entre lo divino y lo humano. Como escribiera Kundera, la medicina es lo más cercano a un desafío a los dioses, ya que los médicos se atreven a transgredir el velo infranqueable de un cuerpo enfermo, como si de una caja de música descompuesta se tratara, con tal de retrasar lo inevitable. Ni mil de mis tutelas podrían reanimar un corazón infartado, ni mil de mis contratos podrían detener una hemorragia fuera de control.

Siendo su arte un capítulo aparte e incomprensible, sigue sin ser claro para mí cómo es posible que los médicos en formación de nuestro país tengan una calidad de vida tan, digamos, miserable. No hablemos ya de los extenuantes turnos de 12 horas con sueños intermitentes, más largos que cualquier otra jornada laboral regular (hasta la de vigilantes privados), que exponen a los médicos y sus últimos pacientes del día a posibles escenarios de negligencia y mala praxis por la fatiga normal que cualquier ser humano padecería en las mismas circunstancias, sino que también el lado económico es una cuestión que vale la pena resaltar.

Un médico promedio termina su pregrado y se lanza a la rifa azarosa del año rural, otro acto de prestidigitación en el que tienen la tarea de evitar el mayor número de muertes con los recursos que las Secretarías de Salud corruptas de los pueblos tienen la decencia de no robarse. El siguiente paso es especializarse buscando un cupo de residencia en algún hospital habilitado. Allí se llega presentando varios exámenes y entrevistas para finalmente ser elegido de entre cientos otros para tener el suculento beneficio de pagar considerables sumas de matrícula con el fin de trabajar gratis (literalmente gratis), siendo el conocimiento adquirido la única retribución. 

Es allí donde radica la importancia del Proyecto de Ley 272 de 2017 que cursa en el Congreso. Una iniciativa escueta y equilibrada que pretende generar estabilidad para los residentes por medio de la creación del Fondo Nacional de Residencias Médicas, desde el cual se girará una remuneración mensual de 3 salarios mínimos, e implementa otros beneficios básicos que la importancia de su labor merece. Es hora de reconocerle a los residentes la maña de salvar vidas.

Viernes, 30 de Junio de 2017
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