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La noche de las velitas
En Las Mercedes, además de las velitas, existe la costumbre de poner la bandera blanca en las casas.
Lunes, 5 de Diciembre de 2016

La costumbre comenzó en Roma hace 152 años, cuando el Papa Pío IX declaró como dogma de la Iglesia católica el misterio de la Inmaculada Concepción, o sea que María, la hija de Ana y Joaquín, fue concebida sin pecado porque iba a ser la mamá de Jesús.  Quiere decir que todos los demás mortales nacemos ya manchados con eso que llaman pecado original, según enseña el catecismo del padre Astete, un librito de antes en que nos enseñaban religión en la escuela.

El 8 de diciembre de 1864, el Papa daría a conocer la encíclica Ineffabilis Deus, por lo que miles de fieles y de peregrinos de todo el mundo se reunieron el 7 por la noche en la plaza de San Pedro en vigilia hasta el otro día. Oraban, cantaban y se alumbraban con velas que prendieron a lo largo y ancho de la plaza.

En efecto, al día siguiente, Pío Nono hizo pública la bula pontificia y se instituyó la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Cuando los peregrinos regresaron a sus regiones y países, quisieron seguir recordando aquella fecha de la vigilia y empezaron todos los años a prender velitas frente a sus casas la noche del 7 de diciembre. No se trata, pues, de una norma de la iglesia, ni de un mandamiento, ni de una orden de los curas. Es simple y llanamente una costumbre popular, como la de izar en las casas, el 8 de diciembre, una bandera blanca, la de la Virgen.

La costumbre se fue regando por los pueblos de Italia, de Francia y de España, de donde pasó a América. La devoción a la Virgen María está muy arraigada en el pueblo católico y de ahí que la costumbre de las velitas se haya expandido por campos, veredas y ciudades.

En Las Mercedes, además de las velitas, existe la costumbre de poner la bandera blanca en las casas, en la madrugada del 8, pero acompañada de pólvora. Desde muy temprano se escuchan los voladores que avisan que la fiesta comenzó. En el pueblo y en el campo. 

En realidad, lo de las luces no era nada novedoso en Las Mercedes. En la época en que no había luz eléctrica, en cada casa, al lado de la puerta, todas las noches, se colocaba una lamparita de kerosén mientras era la hora de acostarse. Allí se reunía cada familia, a echar cuentos de espantos y a rajar del prójimo. Visto de lejos, de noche, el  pueblo parecía una hilera de cocuyos.

En Cúcuta cuentan que había faroles, en las principales esquinas del centro y del parque,  alimentados también con kerosén, y un empleado del municipio, llamado el farolero, prendía los faroles a las seis de la tarde y los apagaba a las seis de la mañana. El farolero era un personaje muy importante en la vida de la villa y se daba sus ínfulas. Tal vez por eso al que se las da de importante y de mucho café con leche, le dicen que es un farolero.

Volviendo a las velitas de la Virgen, las señoras se dan sus mañas para que el viento no las apague: Inventan faroles, diseñan lámparas y protegen las luces en los zaguanes y gradas de los sardineles. Pero además del homenaje a la Virgen María, las gentes saben que las fiestas de diciembre han comenzado. Después vendrán las misas de aguinaldos y las hayacas y los bailoteos del 24 y del 31. Son las fiestas más largas del año pues terminan el 6 de enero del año siguiente, cuando Gaspar, Melchor y Baltasar, enguayabados de tanta jartadera y con sus cofres vacíos, deben regresar con sus camellos  de elásticas cervices a sus lejanas comarcas de origen, o a las cajas de cartón de donde salieron para el pesebre.

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