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La vida en otra parte

Pasar una cuenta cobro es lo más parecido a un infierno.

Hace unas semanas escribía aquí mismo sobre la burocratización de la vida. No lo decía en estos términos sino que puse el ejemplo de esas largas filas indolentes en las que ancianos se tuestan al sol y aguantan filas extenuantes, sin  que nadie les ofrezca una silla, para llegar casi sin alientos a una ventanilla y reclamar un subsidio del Estado. Muchas veces, le explican al anciano que hoy no es el día que le corresponde reclamar el subsidio, que venga el próximo martes. Todo parece una argucia macabra orquestada desde las entrañas del poder para que los ancianos se mueran en las filas y no logren cobrar el miserable subsidio de un salario mínimo.

Pero también a los jóvenes la vida les da la espalda. Cualquiera que haya tenido la experiencia (y creo que nadie se escapa de esto) de pasar una cuenta de cobro sabrá el martirio que eso significa. Es tanto el papeleo, la burocratización, que si no fuera porque me gusta comprar libros y para eso necesito dinero, no cobraría lo que me deben. Pasar una cuenta cobro es lo más parecido a un infierno. He conocido gente que, derrotada por la cantidad de requisitos que exige la ley, prefieren no cobrar.

Pero ahí no acaban las cosas. El otro día un amigo me contó su drama: desde que tuvo un accidente sufre de apnea obstructiva, tiene las neuronas comprometidas, su vida está en riesgo y en la EPS lo somete a citas, colas, que hable en aquella ventanilla, que venga la otra semana y nadie lo atiende. Coomeva argumenta que, como no les han pagado a los médicos, no le han programado un especialista. Un neurólogo lo escaneó con la mirada y dictaminó: “es urgente su caso”. Pero nadie lo atiende. Le han dicho que se vaya para Bucaramanga, como si eso fuera fácil cuando se tiene familia y  cotiza en Cúcuta.

Parece como si la vida estuviera en otra parte, como si no fuéramos humanos sino un grupo de zombis que van al trabajo a terminar de morir. 

Nadie se salva (o, tal vez sí: los congresistas, que no pasan cuentas de cobro ni hacen fila, se hacen aumento de sueldo ellos mismos y se blindan para que sus triquiñuelas no sean descubiertas), pero aquí hasta los niños son maltratados por la burocracia. El otro día una amiga fue a la Registraduría a sacar la tarjeta de identidad de su niño y tuvo que esperar 7 horas al sol para que la atendieran. Tenía cita previa para las 10 de la mañana y llegó a las nueve pero solo la atendieron a las cuatro de la tarde. No era la única, habían ancianos con sus nietos, tías con sobrinos, hermanos con hermanas menores, y todo se quejaron de lo mismo: el trato inhumano en la Registraduría de Cúcuta solo es comparable con el servicio tan pésimo que allí se presta. 

El personal que allí atiende hace uso de su micropoder para fastidiarle la vida al usuario. No hay sentido de pertenencia por la ciudad, se perdió el respeto por los ancianos, los niños son maltratados, las EPS son una extensión del cementerio y por eso la gente no es feliz y hace las cosas de mala gana.

La vida está en otra parte, y la única esperanza que nos ha dejado esta deshumanización de los servicios y el trato de algunos funcionarios, es que tenemos una cuenta de cobro que tal vez no veremos tramitada.

Jueves, 1 de Junio de 2017
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