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Las instituciones puestas a prueba

Confiamos en la democracia de los Estados Unidos; en la fortaleza de sus instituciones; en su  trayectoria civilista.

De nuevo, como había ocurrido en Inglaterra, en España y en Colombia, se equivocaron las encuestas en el caso de las elecciones norteamericanas, y contra todos los pronósticos, ganó el multimillonario empresario  Donald Trump, quien será –al menos por los próximos cuatro años- el Presidente de los Estados Unidos.

Hay incertidumbre en todo el mundo, y, como lo muestran la caída de las bolsas y las manifestaciones y marchas que han tenido lugar en distintas ciudades  estadounidenses, existe -y creemos que generalizado descontento,  que se habrá de percibir también en otros países- una enorme prevención acerca de lo que ocurra,  por lo que significa la elección del magnate republicano.

Los temores son justificados, y el responsable de que así ocurra inclusive desde el día de la elección, sin que haya comenzado a gobernar, es el propio Trump. Por sus actitudes durante la campaña; por la agresividad manifestado; por su lenguaje irrespetuoso; por sus frases destempladas; por la inadmisible falta de caballerosidad con Hillary Clinton en los debates; por sus diatribas contra distintos sectores; por su ofensiva promesa de construir un muro que separe a México de los Estados Unidos, pagado según él por los mexicanos. En fin, él mismo se encargó, a lo largo de estos meses, de hacerse odioso para mucha gente.

Pero, desde luego, como a todo gobernante electo, hay que darle oportunidad de mostrar con ejecutorias y con decisiones, cuál va a ser el verdadero perfil de su administración; cuál el rumbo que trace en los distintos e importantes asuntos propios del gobierno, cuya trascendencia no se limita a la esfera norteamericana sino que es muy grande en el plano internacional.

A pesar de todos esos presagios, no imaginados sino creados por el candidato, debemos partir del principio de buena fe y confiar en que sus expresiones desatinadas e imprudentes hicieron parte de una estrategia electoral y que no necesariamente se reflejarán en actos de gobierno. Una cosa es el candidato y otra distinta el Presidente, como se vio inclusive en el caso de Barack Obama, quien, por ejemplo, prometió cerrar Guantánamo y no lo pudo hacer.

Confiamos en la democracia de los Estados Unidos; en la fortaleza de sus instituciones; en su  trayectoria civilista y respetuosa de la Constitución y del Derecho. Va a ser puesto a prueba el sistema de frenos y contrapesos diseñado desde hace doscientos treinta años por los padres de la Carta Fundamental norteamericana.

Habrá de operar adecuadamente en entramado institucional y el ordenamiento jurídico interno, de controles y responsabilidades,  de tal manera que, como en Colombia, en los Estados Unidos tampoco puede el Presidente “hacer lo que le dé la gana”. Por encima del Jefe del Estado están la Constitución, que es un estatuto previsto para evitar el abuso del poder, y la balanza expresada en muchas reglas vigentes. Y en lo externo, el Derecho Internacional; los tratados públicos en vigor, las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, que también serán puestos a prueba.

Viernes, 11 de Noviembre de 2016
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