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Leer la historia no es leer de historia

Y no lo hace porque no está creado para el mundo actual, sino para el que surgió de la Segunda Guerra Mundial.

Los acontecimientos de los últimos días, cuando esta columna se escribe, tienen a la gente nerviosa sobre el curso de la historia. El ataque de Estados Unidos a la base militar siria de Shayrat, el envío del grupo aeronaval del portaaviones USS Carl Vinson, la decisión rusa de romper el acuerdo de seguridad de los vuelos en operaciones sobre Siria, la respuesta agresiva de Irán, la degradación de Venezuela y el papel de la OEA, el tono subido de China, así como el recién terminado y durísimo invierno pasado del hemisferio norte, los estragos de las lluvias en Perú, Ecuador y Colombia, con la tragedia de Mocoa, parecen buenas excusas para ponerse nervioso. 

Los análisis van desde el apocalipsis religioso que manejan muchas “iglesias”, pasando por la “culpa total” de la derecha encabezada por Trump como dicen los mamertos, semimamertos y despistados, o la necesidad de un dialogo por la paz (la paz por la paz) que mencionan muchos nobeles de paz. Fue casi patético ver el mundo analizado desde la visión de la guerra fría como hizo el delegado boliviano en el Consejo de Seguridad de la ONU, que habló del imperialismo, la escuela de las américas y el golpe a Allende, en plena guerra fría, como si el tiempo al igual que en Cuba o en las montañas de Colombia hogar de las guerrillas, Venezuela o Corea del Norte no hubiera pasado y el muro de Berlín siguiera en pie. El representante de Bolivia pedía que todos los miembros del Consejo de Seguridad, Bolivia incluida tuvieran la misma importancia, sin saber siquiera que Naciones Unidas surgió de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y que el Consejo de Seguridad se creó por las potencias vencedoras que habían puestos 
la plata, los muertos y la estrategia. La participación de Bolivia en la Segunda Guerra Mundial, aunque el representante de ese país ante la ONU no lo crea, fue nula.

El espectáculo grotesco de Venezuela en la OEA, de la mano de Bolivia y Nicaragua, muestra también una crisis en ese organismo internacional, que tiene países con igual voto entre una islita del caribe que muchos no identifican en un mapa y Brasil o los Estados Unidos. Por eso la OEA no sirve. Y aunque la ONU limitó los “votos de veto” en el Consejo de Seguridad, así a Evo no le guste, para evitar lo de la OEA, ese organismo tampoco resuelve nada de lo actual.

Y no lo hace porque no está creado para el mundo actual, sino para el que surgió de la Segunda Guerra Mundial. Es increíble cómo la gente no identifica los momentos históricos cuando están sucediendo y antes se aferran al pasado como si allí estuviera la respuesta. El problema es que la historia avanza, a pesar de todo. Recordaba un análisis por décadas del siglo XX que realicé en el año 2000 para La Opinión, dándole a cada una un nombre que la identificara. La década 1910 a 1920 se tituló “el mundo cambió”. Los desequilibrios de las monarquías del siglo XIX implosionaron en esa década, aunque había gente que todavía al fin de la Segunda Guerra pedía la restauración de monarquías. Hoy, ante un grave desequilibrio histórico, muchos gritan “socialismo”, como en Colombia. La estupidez no es cíclica, es permanente.

Para los problemas de hoy, falla económica general con un sistema monetario que antes de corregir, destruye, el calentamiento global producto del cambio climático, la urbanización acelerada de una población de crecimiento exponencial, el riesgo de pandemia mundial, entre otros, se requiere una nueva arquitectura multilateral pues los problemas son realmente mundiales y no bipolares, como los organismos multilaterales actuales. Para salir de los problemas, lo primero es identificarlos, cosa cada vez más difícil en este mareado mundo con tanta información perversa o inútil. Leer la historia, no es lo mismo que leer de historia.

Viernes, 28 de Abril de 2017
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