La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Levantando el pesebre
Los pesebres, como algunos seres vivos nacen, crecen, no se reproducen y mueren. 
Lunes, 1 de Febrero de 2016

Hoy se acaban los pesebres, los últimos pesebres que quedan en pie de la pasada temporada navideña. Según la tradición y la fe de los abuelos, parece ser que hoy cumple la Virgen María los cuarenta días de la dieta, que deben guardar las mamás después de dar a luz. Deben guardar es un decir,  pues eso era antes. Las mamás de ahora a los ocho días ya andan rumbeando, jartando trago y descuidando a sus bebés.

Por ello, hay pesebres que permanecen hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria (la fiesta de la candela), para honrar el recuerdo de María, que aún sin terminar la dieta, debió salir corriendo hacia Egipto, con la burrita y con José y el Niño, huyéndole a la persecución del rey Herodes.

Los pesebres, como algunos seres vivos nacen, crecen, no se reproducen y mueren. Nacen a comienzos de diciembre, antes del día de las velitas. 

Crecen y se hacen hermosamente  grandes en las iglesias y en algunas casas como la de la familia Peláez y la del médico Rosendo Cáceres.

En casa de los Peláez, los hermanos Tino, Chela y Ofelia juntan esfuerzos y creatividad, desocupan la sala, los muebles van a dar al patio y a la cocina, para dejar el espacio única y exclusivamente para el pesebre, lleno de luces y de ovejitas. 

Es  un pesebre que respira poesía, porque todos los Peláez han sido y son poetas, según el legado que dejaron José María Peláez Salcedo y José María Peláez Herrera.

Donde Rosendo (Dr. Caceritos, como le dicen sus colaboradores), desde que construyeron la casa dejaron un corredor especialmente para el pesebre. 

El ingenio del Dr. Rosendo y de sus hijos y de doña Anita hace de este pesebre motivo de orgullo y de piadoso recogimiento. Su casa la visitan hasta los ateos que viven en la vecindad para admirar un pesebre auténticamente cucuteño. 

En él corre un río como el Pamplonita (cuando tenía agua) con un malecón saturado de juegos y de gente; a  lo lejos se divisa  el cerro Tasajero, y uno hasta cree ver, en el horizonte, los resplandores del Faro del Catatumbo. 

Una muchedumbre de hinchas del fútbol va hacia el estadio, con camiseta rojinegra. Las calles se ven inundadas de vendedores ambulantes y hay trancones y los semáforos no funcionan y el caos es deliciosamente cucuteño.

Pues bien, todo eso termina hoy. Y si uno se topa en la calle, por estos días, con Caceritos, lo notará triste, cabizbajo  y lleno de melancolía. Ni para qué preguntarle qué le pasa, doctor. Ya uno sabe que es la nostalgia del pesebre, de su pesebre, que lo apabulla. 

No volverá a verlo sino hasta dentro de un año cuando otra vez los Cáceres sacarán pecho por su hermoso pesebre, como lo vienen haciendo desde hace más de cincuenta años.

Hoy, pues, se desarman los últimos pesebres de la temporada. El niño Dios y sus papás irán a una caja especial, llena de papel picado para que las figuras no se maltraten entre sí. La burra y el buey se guardarán con algún alimento para que dentro de un año no aparezcan  escuálidos y desmirriados. 

Pastores y ovejitas estarán aparte, listos para salir presurosos cuando escuchen el canto del Gloria in excelsis Deo. Las casitas se desarmarán y la estrella perderá su luz resplandeciente y los muñequitos quedarán sin vida y los trencitos no girarán más por los rieles de la imaginación popular.

En lugar del pesebre nos espera un año, otra vez,  repleto de incertidumbres y tristezas, hasta cuando oigamos de nuevo el sonar de los villancicos, y la alegría se riegue como un manto por sobre la faz de la tierra.

Temas del Día