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Llegó diciembre con su alegría

Los adultos, desde hoy comienzan a sufrir, pensando en la escasez de billullo para comprar los chiros de la familia y el trago.

Diciembre es el mes más contradictorio del año. Los niños lo reciben alborozados, por la magia del pesebre, las luces del arbolito y los regalos del 24. 

Los adultos, desde hoy comienzan a sufrir, pensando en la escasez de billullo para comprar los chiros de la familia y el trago que debe acumular para las fiestas que se avecinan. 

Navidad sin ropa para estrenar, sin trago para jartar y sin música para bailar, no es navidad. Sin contar con otros aderezos que son necesarios: la pólvora del 24,  las luces del frente de la casa, los regalos que hay que dar y las hayacas de la Nochebuena. E imprevistos.

Pero sea como sea, la Navidad genera alegría y expectativas. Como la alegría es contagiosa, las ganas de rumbear en estos días se vuelven una necesidad. 

No importa que haya que acudir a empeñar los tres anillos de oro, la gargantilla de plata y las dos manillas de acero. Enero será otro año y ahí veremos cómo se pagan las deudas y cómo se  desempeña lo empeñado.

Desde hoy en la ciudad se nota el cambio: los taxistas son más atentos, las vendedoras más amables y los policías más condescendientes. Todos en busca de la propina navideña.

La señora que ayuda en los oficios de la casa deja el mal genio, el que le echa aire a las llantas del carro corre solícito a despachar al cliente y el vendedor ambulante ayuda a medirle los zapaticos a la niña. Por algo será. Porque llegó diciembre.

La esposa hace un sacrificio y deja la cantaleteadera. El marido se muestra juicioso y hasta le dice “mija” a su mujer. El cura regaña menos en los sermones. Y el alcalde deja tranquilos a los que ocupan las vías. Es que diciembre es milagroso.

En los almacenes hacen rebajas considerables. En las casas ya se hicieron los pesebres. Y ya están listas las velitas para el 7. 

Los niños de ahora no le mandan cartas al Niño Dios ni creen en papá Noel, pero desde hoy empiezan a pedirles a los papás el celular de  alta tecnología, o la tableta, o el portátil.

Qué diferencia con los tiempos de antes cuando al Niño Dios le pedíamos un trompo de colores o un caballito de palo con cara de caballo, o una pelota de letras para llevar a la escuela y jugar en los recreos.

Pero diciembre es diciembre. En nada se parece a marzo ni a  agosto ni a septiembre. El cielo, las estrellas, las calles, el viento, todo cambia. Para bien.

Y lo mejor es que en este mes se piensa en los demás, en el otro. Se da algún regalito, una almojábana o un buñuelo. Diciembre es mes para jugar aguinaldos, para cantar villancicos y para soñar. Y para volver a ser niños.

Pero lo más importante: Diciembre es un mes especial para perdonar. Al que nos echó un vainazo, al que nos amargó la vida, al que nos puso por el suelo. Al que nos engañó, al que nos hizo pistola, al que le creímos sus mentiras. 

El 24, antes de que nazca el Niño, antes de que cante el gallo, antes de dar el abrazo y el pico de la media noche, hay que dar el perdón. Una llamada, un saludo, un apretón de manos, bastan. 

Que no nos coja la Nochebuena con el rencor adentro. Si perdonamos, la hayaca de la media noche sabrá mejor. Y hasta veremos cómo sonríe el Niño en la cuna.

Martes, 1 de Diciembre de 2015
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