La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Los nudos del destino
Porque uno es como el barro, dispuesto a la forma que el devenir va dando al canto íntimo de saber que todo es esperanza. 
Domingo, 11 de Octubre de 2015

La idea de vivir plenamente es considerarse más que un albergue temporal del cuerpo; es saber que el destino tiene, para todos, sus fantasías colgando, a ver quién las acaricia.

Eso contribuye, además de vivir los años corrientes de cualquier mortal, a sentir la necesidad de ser mejor; porque si no, la existencia se le convierte en una mortaja de carne: ser mejor para uno, alrededor de sus propios sueños, buscando la bisagra del tiempo, aquella que abre las aristas para vislumbrar el centro de gravedad original de su identidad.

Los nudos del destino deben ser desatados con paciencia, regulando el miedo, separando los años, con la madurez de saber que cada uno de ellos es especial, porque tiene unos días claros y otros difusos, que vienen en un manojo de azares: de manera que la misión se centra en irlos decantando para volverlos al presente, con la ilusión de sembrarlos en el porvenir. 

Si los corta, sin haberles dado la oportunidad de surgir, podrá destruir cosas que hubieran podido ser interesantes; uno no puede dejar de vivir lo que le debe suceder, no puede dejar de aceptar que su historia buena es la suma de las heridas que logra cicatrizar y que, ellas, generan los tejidos fuertes de los sentimientos para continuar.  

Evolucionar, plenamente, es desplegar un modelo de espiritualidad individual, ver el reflejo de los actos en el espejo de la consciencia, reposar en la experiencia con el esfuerzo necesario para intentar hacer bien las cosas, así salgan mal, no importa.

Es hacerse aliado del destino, para ver que todo lo que ocurre es como una caja de sorpresas que el tiempo modela y que produce, a veces, relámpagos en la profundidad del pensamiento para iluminar los sueños.

Es, entonces, pensar, mirar circularmente las voces del tiempo, con una especie de estirpe intelectual, hacia ese azul cercano donde sólo los pájaros alcanzan a ver su verdadera dimensión.   

Porque uno es como el barro, dispuesto a la forma que el devenir va dando al canto íntimo de saber que todo es esperanza. 

Temas del Día