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Músicos para el papa
Es lo que me acaba de suceder con los músicos que le darán serenata a Francisco, ahora, cuando nos visite. 
Martes, 6 de Junio de 2017

“Todo nos llega tarde, hasta la muerte”, dijo Julio Flórez. Y es cierto. Las cosas no llegan a tiempo, a veces porque  llegan después de que uno las ha necesitado, cuando ya para qué,  y a veces porque es uno el que llega tarde.

Es lo que me acaba de suceder con los músicos que le darán serenata a Francisco, ahora, cuando nos visite. Ya expresé mi tristeza en una columna anterior porque a su santidad no lo habían programado para ir a Las Mercedes. Se quedó él con las ganas de visitarnos, y los mercedeños nos quedamos con ganas de que nos visitara.

Y ahora, otra tristeza nos agobia. Resulta que yo no supe, ni nadie me dijo, que al papa le iban a dar una serenata, cualquier día de su visita, y cuando me enteré ya era demasiado tarde, ya habían contratado a Maía, Jorge Celedón y Andrés Cepeda y no sé a quiénes más. Los mismos de siempre. Los de la rosca.

Dicen que lo malo de las roscas es no estar dentro de ellas. Parece que es verdad. Hay que ser amigo del nuncio y de Juanpa para poder llegar a donde Francisco, para poder estar siquiera a tres metros de su divina presencia. Y  Juanpa y yo andamos distanciados por el manejo de la cosa. Por el manejo que le está dando a la cosa pública. A la res publicae, que dicen los abogados. Ni me habla, ni le hablo.

El otro día me mandó una razón con Juancho, su amigote. Pero cuando eso,  Juancho aún no andaba en campaña, de modo que no le hablaba a la gente, ni daba razones. Ahora es cuando ha vuelto a hablar y a saludar de mano y a sonreír. Son los milagros de los candidatos. Digo que me mandó una razón: Que dejara de echarle vaina en Anverso y Reverso, y hasta dejaba entrever que algo de mermelada podría haber para mojar mi pluma, digo, mi computador. ¡Como si yo fuera de esos!

Lo supe por una periodista amiga, amiga de Juancho y amiga mía, a la que él le contó lo del recado presidencial. Ella me lo contó, pero me  hizo jurar que yo no revelaría el secreto. Me lo contó no por chismosa sino por comunicadora que es. Por eso solamente digo el milagro, pero no, el santo. De modo que lo doy por no recibido.

Y con el nuncio, pocón, pocón, mejor dicho nada. Ni lo conozco, ni me conoce. Con la jerarquía eclesiástica lo máximo que yo tengo de amigos son dos curas, el padre Julio y el padre Antonio. Con Eloy escasamente nos vemos en la Academia, cuando lo llevan a votar en elecciones para cambio de junta.
   
Así las cosas, sin palanca y sin ser de la rosca, no supe de los músicos para el papa. Y me duele, porque en Las Mercedes existe un conjunto de cuerdas (violín,  tiple y guitarra), que hubiera sido perfecto para la serenata al vicario de Cristo en la tierra. Me hubiera gustado que el trío ‘Luz de mi vida’, así se llama el conjunto, le hubiera alegrado la noche o la tarde o el rato  al pontífice. Seguro que Bergoglio se hubiera sentido más contento con estos tres músicos de sombrero y cotiza, oriundos de Caño Negro, una vereda situada a cuatro horas a pata,  del casco urbano.
   
‘Luz de mi vida’ tiene fama en toda la región. Tocan sabroso, música popular como le gusta a Francisco, y cobran barato, como les gusta a los jerarcas de la iglesia.
   
Una vez los entrevistó para la emisora de Las Mercedes, La Nuevecita, José del Carmen –Carmito- Velásquez, quien aprendió el periodismo con Simeón Rodríguez, el dueño de la emisora. Carmito asimiló muy bien las enseñanzas de Simeón, y ahora dirige un programa de televisión en Bucaramanga.

-¿Quiénes conforman el conjunto? –les preguntó el periodista.

-Élfido, Mocho y yo –le contestó el director del grupo, afinando su violín.   

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