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Peliculeros

Dejen quieto el himno y dedíquense, mejor, a sacar del atraso, la corrupción, la pobreza y la violencia al departamento.

En días pasados informó La Opinión que la Secretaría de Cultura de la Gobernación de Norte de Santander se propone cambiar el himno oficial del departamento para adaptarse a los nuevos tiempos, tiempos de reconciliación y de paz. La parte que se cambiaría sería el segundo cuarteto de la tercera estrofa, que dice: “La tierra es nuestro oro, la paz es nuestro empeño, la guerra nuestro sueño, en busca del laurel”. Los versos quedarían así: “La tierra es nuestro oro, la paz es nuestro empeño, por siempre nuestro sueño, en busca del laurel”. 

De entrada, fijémonos que ya concibe  el poeta Teodoro Gutiérrez Calderón la paz como nuestro empeño, de modo que los reformadores se contradicen pues allí desde antiguo está la palabra alucinante que quiere que todos pronunciemos en lo sucesivo el presidente Juan Manuel Santos por la promesa en Cuba de sus amigos de las Farc de indultar al pueblo colombiano.  Esa pretensión de cambiar el himno ahora se llama oportunismo político. 

De otro lado, si se trata de quitar toda palabra que signifique confrontación, habrá que alterar la sustancia del himno, que pretende inflamar la valentía por defender nuestra identidad. Dentro de ese contexto, se debería eliminar el primer verso del coro: “Del Norte bravos hijos”. Porque bravo, en nuestro lenguaje común, significa arrecho, pelión, que no se le arrodilla, ni arredra, ni se le aculilla a nadie. Entonces, cambiemos por “Del Norte mansos hijos”. 

No puede haber una convocatoria a defender lo nuestro con más berraquera que esta: “¡Que nadie un solo palmo, arranque a nuestro suelo…” Así hablan los hombres, los varones. Pero como según los innovadores ello perturba el clima de paz,  es demasiado belicoso, no sé cómo habría que modificar el verso para no ofender su camaleonismo. ¿Les gustaría: “Que todo el que lo quiera, se anide en nuestro suelo”?   

La tercera estrofa termina de esta manera: “¡Marchemos, que nos llama, el épico cañón!” Es otro grito de guerra. No imagino qué pondrían los renovadores. Si  marchar es un acto de milicia, tal vez les complazca “bailar”.  ¿Y qué nos llamaría a bailar?” Pues una tierna canción, como la que canta Shaila Durcal en “Llegaste tú”. Total: “Bailemos, que nos llama, una tierna canción”. Sería el lenguaje más suave, más tolerante, lejos de toda voz o gesto provocativo. Esto sería lo antagónico a lo anterior, un poco amanerado, es cierto, pero si el himno debe reflejar la realidad actual, pues la realidad es el orgullo gay y otras cosas…

Otras cosas como la corrupción oficial, la coca y las guerrillas en el Catatumbo, los francotiradores matando policías en San Calixto, la minería ilegal, los bloqueos de las carreteras por los camioneros a punta de piedra y bombas incendiarias…, y la paz. ¡Viva la paz!

¿Y por qué no eliminan eso de “en busca del laurel”? Las nuevas generaciones no entienden el verso, por acá nadie conoce el árbol de laurel, y por mucho que se busque no se consigue ni para un remedio. 

Poniéndole seriedad al asunto, dejen quieto el himno y dedíquense, mejor, a sacar del atraso, la corrupción, la pobreza y la violencia al departamento. 

Por mi parte, continuaré cantando con la mirada en alto y la mano en el corazón “Del Norte, bravos hijos” completico, como lo escribió don Teodoro. 

Martes, 19 de Julio de 2016
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