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Postconflicto

No me compete aquí inducir el voto del Plebiscito por uno u otro bando.

Después de “paz”, esta palabra compuesta es la más cacareada por estos días a lo largo y ancho de Colombia, los medios, los políticos, el gobierno, la gente del común, los de SI, los del No; todos se apropiaron de ella como si fueran expertos en el tema y como si significara para muchos la luz de un nuevo amanecer, la esperanza en medio de tanto dolor y sufrimiento; pero también la verdadera realidad que se avecina y la prueba de fuego de un Acuerdo que desde ya ha dividido al país como nunca antes se veía en política.

No me compete aquí inducir el voto del Plebiscito por uno u otro bando, ni recomendar lo que en conciencia cada colombiano debe decidir en su fuero interno, pero por encima del resultado final, lo que está claro es que todo este esfuerzo de cuatro años para lograr un Acuerdo “imperfecto” como lo reconocen el gobierno y sus negociadores, está recibiendo un espaldarazo enorme de parte de la comunidad internacional, quienes no entienden porque el país de manera unánime,  no acoge con el mismo fervor lo pactado. Y el gobierno Santos por encima de cualquier cosa, dado que se juega todo su capital político y su menguado prestigio dentro del país si o si, apuesta a no perder este pulso final con media opinión pública que aunque no lo manifieste abiertamente, no apoya el punto de Justicia del Acuerdo por mucho que se lo quieran hacer tragar.

Creo en este punto que lo verdaderamente importante está por venir, y esto es sin lugar a  dudas todo el proceso con el cual se pondrá en la práctica lo que hasta ahora aparece en un extenso texto de compromisos de parte y parte, es decir, el Post conflicto. Y ahí mis queridos lectores es cuando la realidad de este país que no cambia por arte de magia con la firma de un acuerdo, con la ratificación de un Plebiscito, con la aplanadora legislativa que maneja Santos a su antojo, con los poderes imperiales que le otorgaran al presidente para implementar lo pactado, se estrellara de frente con la retórica, las buenas intenciones y otras no tan buenas, de este Acuerdo de paz.

La maquinaria publicitaria desplegada, la avalancha de pedagogía, el billete gastado a manos llenas para lograr el tan ansiado umbral de aprobación, con todo respeto por los promotores del SI que están en todo su derecho, no logra ocultar los graves problemas que acechan a Colombia desde todos los ángulos: la crisis económica, la inflación, el enorme déficit fiscal, la crisis de la salud, la crisis humanitaria de la infancia, la inseguridad ciudadana, el aumento en 3 veces las hectáreas de coca cultivadas que nos ponen nuevamente como primera potencia cocalera del mundo, la resultante corrupción y el narcotráfico que esto acarrea, y finalmente la madre de todos los males: la corrupción del Estado en cabeza de sus políticos y contratistas que se pasan por la faja leyes y organismos de control venales y corruptos.

Honestamente para un ciudadano común, que esos mismos políticos tantas veces enredados en toda suerte de conductas en contra del patrimonio público, reconocidos caciques clientelistas, Altas cortes que fallan movidas por intereses políticos en lugar de fallar en justicia, verdaderas crápulas del manejo público, sean los que apoyan tan fervientemente este Acuerdo y han legislado en el mismo sentido, despierta una enorme desconfianza al momento de decidir. Y esa desconfianza se traslada automáticamente a la administración de los recursos del Post conflicto, recursos entre paréntesis, que en las condiciones económicas actuales no alcanzan a cubrir sus altos costos, y no se sabe a ciencia cierta de donde saldrán.

Viernes, 23 de Septiembre de 2016
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