La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Proclama del recuerdo
Cuando se siente uno tan niño como para ser capaz de quedarse dentro de sí, un buen rato, y conversar consigo, y dejar brotar los sueños.
Domingo, 13 de Septiembre de 2015

Definitivamente, hay cosas que tienen lugar y tiempo distintos, que se recogen en silencio para ver pasar la vida. Entonces cruza el alma por los ojos y dibuja en la mirada lo que siente, reposa con el silencio de la bondad en el corazón y fluye, no interesa si como dolor, o amor.

Son los recuerdos, como marcas que uno va poniendo en su alma, que se mecen en su entorno íntimo y alargan la esperanza de vivir. (Además, son inevitables, imponderables, insalvables, e imposibles de evadir). Cada uno ocupa su sitio y su propio tiempo.

De ellos se ha aprendido, tanto, que uno puede saberlos parte de sí mismo, como un destello combinado de luz y de sombra, que se desplaza hacia esa hora simple y valiosa que todos necesitamos definir, una hora sin tiempo, ni distancia, un instante que es como el alba de la nueva muerte y la muerte de la antigua vida.

El amor y su contrario, el dolor, cuando pasan, son emociones que pesan en el recuerdo y se convierten en una secuencia, indefinible, de sucesos y personas: algunas, llegaron al corazón, y dejaron en el camino a las otras, que no tenían derecho a ser parte integral de los sentimientos. 

Entonces, desde la misma sangre, se siente una especie de grandeza, porque de esos instantes, de amor o de dolor, se erigirá la proclama de combate: esa siembra de ardor y heroísmo que gira por todos los lados del alma, en una ágil gama de motivaciones; algo así como el parpadeo que hay entre el cielo y el infierno, cuando uno se convence de que no hay distancia ni tiempo entre ellos.

Uno sabe que puede mover lo potencial y transformar la ronda de las ilusiones en una estrella, nueva cada vez, como un batir de alas de pájaros que se congregan en torno al vuelo, como aquellos sueños que se alcanzan a divisar desde la luz interior.  

Así se entonan las canciones del recuerdo: cuando se siente uno tan niño como para ser capaz de quedarse dentro de sí, un buen rato, y conversar consigo, y dejar brotar los sueños, y ver el camino que estaba escondido, la plenitud que, acongojada, se había opacado por la oscuridad.

Temas del Día