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Todo el viento
El viento nos invita a reconocernos, a ponderar los sueños de mayor a menor, a inspirar en la mirada un silencio grande que se pose en la intimidad.
Domingo, 11 de Junio de 2017

El viento de junio inclina todo, como exigiendo una reverencia a la vida: es brioso, radiante y posee una contundencia, tal, que lo lleva a uno a pensar que la vera del universo está más cerca de lo que se imagina.

Y cambia todo, el canto de las hojas, el sonido del aire -que se vuelve silbidos furiosos-, las flores que se mecen coquetas, como si lo sideral vibrara en consonancia con la sutileza de su danza.

Los colores de las nubes se transforman, incluso el giro de los pájaros, en una fuerza distinta, que no se sacia con la quietud, sino concibe el mundo como lo hacían los marineros antiguos.

En Junio todo está de paso y, en el fondo, se gesta un silencio que se arrulla con el resplandor inscrito en los ojos de las estrellas, que flota con las hojas caídas por el desvelo de las matas.

De cada esquina en la que se escondía, el pasado sale a volar, porque no valía la pena, y así lo proclama el viento, porque ama el aroma de las nostalgias buenas, y sólo a ellas, las deja seguir su ruta. 

Entonces aparece la transparencia, lo mejor: son transparentes el silencio, el tiempo, el espacio y el horizonte. Y se condensan en los recuerdos, porque son vitales para continuar cuando se vuelven límpidos y tienen, como la ilusión, una forma abstracta que los hace inmortales después de haberlos despojado de la miseria mortal que hubieron de vivir. 

El viento nos invita a reconocernos, a ponderar los sueños de mayor a menor, a inspirar en la mirada un silencio grande que se pose en la intimidad. Todo, para descubrir que aún hay muchas cosas bonitas y que, al lado de cada uno de nosotros, un instante  de luz se detiene -a manera de ángel- para alentarnos. (Lástima que yo no aprendí a elevar cometas, porque es otra gracia de junio).

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