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Un monstruo mitológico en la clínica

Circula por internet la versión según la cual Harold está muy grave en una clínica de Cali.

Debe medir como tres metros y veinte centímetros, usa zapatos talla 65, pesa 400 libras; con una de sus manazas sostiene dos pelotas de básquetbol; para la sopa no usa cuchara de comensal sino la pala de un sepulturero. Sus camisas son hechas con el velamen de una embarcación. Tiene un vozarrón de trueno y sus carcajadas espantan a los perros de la calle. Cuando escribe, rompe el teclado, y si escupe en el suelo deja una mancha de aceite imborrable. No cabe por la puerta sino por el garaje. En su finca de Guaduas capaba becerros de un manotazo y tumbaba caballos agarrándolos por las orejas. Un día lo fueron a secuestrar y no pudieron porque ninguna grúa logró levantar su cuerpo de mole.

La primera vez que lo vi llegó al salón de clase con unas botas sucias de barro y dos perros que amarró a la pata de su escritorio: “al que se distraiga le suelto los perros para que lo despedacen”, decía entre carcajadas de Rasputín que los perros celebraban con ladridos de espanto.

Era inmenso, de un lenguaje estrepitoso y oceánico y con un verbo venenoso que hacía reír a todo el curso: escupía fuego como una bestia mitológica. Cada sílaba que pronunciaba venía envuelta en nitroglicerina, pero era exquisito y bello y grande y no se parecía a ningún profesor de literatura del mundo entero.

Harold Alvarado Tenorio era un irreverente que seducía con su inteligencia, con su agudeza en los juicios estéticos. Lo odiaban todos los profesores pero sus alumnos lo adorábamos. Nadie como él para trasmitir amor por la literatura. Nadie como Harold para no tragar entero. Fue una época en que los estudios literarios estaban intoxicados por las modas que llegaban de Europa: el estructuralismo de Saussure, la teoría de la novela de Lukács, Goldmann, Perre V. Zima, Bajtin, el Círculo Lingüístico de Moscú. A todo eso, Harold se enfrentaba enarbolando poemas de Borges. Era un minotauro en su propio laberinto borgeano.

Con Harold estudiamos a fondo a Borges, a Kavafis, a Eliot. Ya sabíamos del prólogo apócrifo firmado por Borges y que acompañó su primer libro de poemas “Pensamientos de un hombre llegado el invierno”. Creo que desde esa época a Harold lo ha envuelto el escándalo.

Ha sido suprimido de todas la antologías oficiales de poesía colombiana, y ya nadie publica sus cosas. No importa, el poeta se ha ido tragando el mundo a pedazos. En la historia quedan sus poemas de  400 libras y un escupitajo en cada artículo de prensa que escribió

Digo todo esto porque circula por internet la versión según la cual Harold está muy grave en una clínica de Cali. Espero que esa bestia mitológica sobreviva a un cuerpo que lo devora lentamente. Esta mañana repasé sus libros y me parece que siguen siendo bellos y perversos y volcánicos. Harold no necesita morir para convertirse en una figura mitológica. Y si se va a enfermar, que sea para volverse humano, demasiado humano.

Jueves, 14 de Julio de 2016
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