Cuando la lluvia es intensa, quienes habitan las zonas ribereñas se llenan de temor y suelen expresar ante la inminente tragedia “viene la creciente” como sentencia de lo que va a ocurrir ante un inminente desbordamiento.
En este sentido, también podríamos decir que cuando Estados Unidos estornuda, el resto del mundo amanece con gripa.
Y eso es lo que estamos viendo en la era del presidente Trump, que suele estornudar de manera persistente, cada vez que anuncia medidas que sacuden al mundo como avalanchas incontenibles.
Y no es para menos; la mayor economía del planeta interfiere para bien o para mal en todas las decisiones que tome. El resto de países del globo depende mucho de lo que ellos compran o de lo que ellos venden, también de las ayudas que ofrecen en los distintos programas de atención, y por supuesto, en las “prerrogativas de potencia pública” que maneja como nación plenamente dominante.
Todo esto que estamos viendo, es el resultado de una elección errática, a la cual no están exentos ni siquiera los países más desarrollados: No nos podemos olvidar que Alemania en su momento escogió a Hittler, Italia a Musolini, y aquí en el vecindario, Venezuela a Chávez, y la cuenta sigue por todo el planeta, cada uno con su ejemplo. Pareciera ser un karma preestablecido para que cada quién sufra la tragedia.
A Trump lo eligieron sin tener ninguna experiencia en asuntos de gobierno, famoso solo por ser un ricachón lleno de excentricidades, y todo se precipitó hacia lo imprevisible, como cuando llega una enfermedad inexorable.
Lo cierto es que ese señor va a estar ahí cuatro años, con posibilidad de duplicar su periodo de acuerdo a las extrañas leyes electorales de ese país, y no existe otra forma que aprender a manejar el nuevo y aciago escenario para que los efectos no vayan a ser tan perturbadores.
Ya observamos a mucha gente tratando de pescar el río revuelto, llevando y trayendo información con fines ocultos. Lo lógico para acabar con esta incertidumbre, es presentarse ante el nuevo sátrapa y su equipo de asesores, destapar las cartas y saber a qué atenerse frente al nuevo escenario.
Colombia tiene demasiada dependencia de Estados Unidos, y lo lógico sería moverse para atenuar el desastre. Eso sí, sin claudicaciones ni entregas temerarias.