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Cultura
Cuentero camerunés de paso por Cúcuta
“Este no es un traje para ir de paseo, se usa para rituales… en este caso el ritual de la palabra", dice Boniface Ofogo.
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Eduardo Rozo
Sábado, 29 de Agosto de 2015

Boniface Ofogo dice que cuando nació le cortaron el cordón umbilical y lo enterraron bajo la sombra de un árbol en África. A este lugar debe volver todos los años para no perder su esencia.

Las imágenes que pueblan los recuerdos de mi infancia son de un grupo de niños descalzos sentados bajo la sombra de un árbol y rodeando a una anciana mientras ella contaba historias.

Así comenzó el ameno diálogo con Boniface Ofogo Nkama, de 39 años y natural de Camerún, quien divirtió a los cucuteños esta semana con bellas historias de la cultura africana.

La sencillez al caminar del espigado moreno y la elegancia para hablar, fue el abrebocas para contar que había aceptado ponerse un traje tradicional de ceremonia para la entrevista.

“Este no es un traje para ir de paseo, se usa para rituales… en este caso el ritual de la palabra. Cada vez que subo al escenario lo uso y con él me conecto con los demás seres humanos”.

La colorida túnica es el reflejo de una organizada cultura africana. Boniface contó que es tejida a mano y que en su tribu, los Yambasa, hay un grupo de mujeres dedicadas solo a elaborar los trajes de ceremonia.

“Es bordada con hilos de algodón sobre una tela negra y las mujeres demoran hasta dos años haciéndola”.

Con la elocuente historia el camerunés –que estuvo en Cúcuta como invitado del VII Festival Internacional de Cuenteros– revivió momentos memorables de su existencia que compartió para que la sociedad cucuteña conozca más de una tierra donde no todo es miseria o safaris.

¿Cómo fue su niñez?

Debía caminar durante una hora para ir a estudiar. La escuela tenía un patio muy grande y el verde de las plantas predominaba. Recuerdo a mi maestro que nos contaba historias y a mi padre, el hombre más sabio de la tribu. Era el elegido para acompañarlo a él a las reuniones con los ancianos.

¿Por qué el elegido?

Entre mis 11 hermanos fui el primer hijo varón y mi padre me dio el nombre del abuelo y al hacerlo, predeterminó mi futuro como su sucesor.

¿Fue feliz?

Mi infancia la defino como un paraíso perdido. No tenía cosas materiales y nunca me regalaron juguetes. Los que conocí los fabriqué con otros niños y con ello quiero decir que para que una persona sea feliz no se necesitan cosas materiales, solo el cariño de la gente.

¿Describa a los Yambasa?

Mi tribu está ubicada a 150 kilómetros de la capital de Camerún (Yaundé). Las casas eran de barro y los techos de corteza de palma tejida. Eran viviendas muy frescas y cada dos años debía cambiárseles la cubierta. Con el paso de los años llegó la modernidad y ahora el techo es de uralita, la gente se dejó engañar y no es un material indicado por el sofocante calor.

¿Hay más efectos del ‘progreso’?

Si para ir a primaria debía caminar una hora, a secundaria el trayecto era el doble. Las carreteras eran destapadas y cuando las comenzaron a asfaltar, llegó el aparente progreso, pero con ello problemas que no conocíamos. Hablo de la prostitución y de las discotecas.

¿Cómo fue el primer acercamiento con la capital?

Ocurrió a los 16 años cuando terminé el primer ciclo del bachillerato. Tenía que terminarlo en Yaundé y me mudé a la casa de un familiar. Al principio era felicidad plena y estaba maravillado por las luces y los carros, nunca los había visto. Luego caí en la melancolía y en la tristeza, el hambre me golpeó muy duro.

¿Algún hecho en particular?

En mi pueblo nadie pasa hambre, uno puede entrar a cualquier finca y comer fruta, es algo completamente legal. En la ciudad todo se vende, no había un árbol para poder tomarla.

Vida de cuentero

¿Cómo se hizo cuentero?

Mientras vivía en mi pueblo, todas las noches, sistemáticamente, escuché y conté cuentos. Hacíamos veladas entorno al fuego y en familia. Cuando me fui a la capital se interrumpió esa vida tan idílica. Cuando terminé el bachillerato me gané una beca para estudiar filología en Madrid (España) y allá llegué en 1988. Un día, primavera de 1992, una estudiante se me acercó y me invitó a participar con un cuento en la semana cultural y se me prendió el bombillo.

¿Gustó su historia?

Había más de 360 estudiantes y el éxito de aquel cuento fue tan arrollador que me rodearon muchas personas pidiéndome el número de teléfono y preguntándome cómo era posible que contará tan bien un cuento. Al día siguiente empezaron a llamarme de escuelas a invitarme a festivales.

¿Por qué se sintió como un estafador?

Con las invitaciones empezaron a pagarme por subirme al escenario y me sentí mal cobrando por algo que había hecho toda la vida. Con el tiempo descubrí que de la cuentería se puede vivir y es un arte transformadora de la sociedad.

¿Su conexión con Colombia?

Se dio en 2004, cuando conocí al cuentero colombiano Pacho Centeno. Me invitó a conocer estas tierras y pensé que era una forma de hablar, no le hice caso. Sin embargo, a principios de 2005, me llegó una invitación para participar en Bucaramanga en el Festival Iberoamericano de Cuenteros. Descubrir a Colombia me cambió la vida y vi que era posible tener a un público de 1.000 personas escuchando cuentos durante horas.

¿Cómo ha hecho para no olvidar sus raíces?

Cuando nací, me cortaron el cordón umbilical y lo enterraron a la sombra de un árbol, esa es la tradición de mi pueblo. Ese lugar es mi centro del mundo, puedo recorrer infinidad de países, pero si no vuelvo a mi pueblo todos los años no tengo inspiración. La mejor manera de ser universal es amando a mi pueblo.

¿A qué le narra?

Todos necesitamos que nos cuenten cuentos y en mi caso promuevo las fabulas, leyendas, mitos y tradición oral africana. Recientemente incursiono en los cuentos eróticos.

¿El erotismo africano es diferente al occidental?

No nos atraen las mismas cosas. Una mujer occidental para ser atractiva debe llevar ropa muy ceñida; una africana debe llevar ropa ancha para dejar lugar a la imaginación.

¿Qué le aporta la oralidad al desarrollo de una sociedad?

Es el espíritu y el alma. Una sociedad no se construye con grandes puentes o rascacielos, se avanza cuando hay valores y las personas se escuchan entre sí. El arte de la cuentería es el arte de la sensibilidad, necesitamos seres sensibles que se reconstruyan como humanos.

¿Qué le dice a quienes creen que África es solo safaris y pobreza?

En África no hay grandes monumentos, los monumentos africanos son los africanos mismos que hablan entre sí. Siempre se enseña una realidad parcial y no se valora lo más importante, que somos cuna de la humanidad.

Para reflexionar

La siguiente es una de las historias que suele narrar el camerunés Boniface Ofogo Nkama.

“Había un anciano en mi pueblo que era el más viejo, no trabajaba y, sin embargo, era el más importante del pueblo. Él se sentaba en la plaza y todos acudían a pedirle consejos.

Un día llegó un joven con una forma de caminar muy insegura y le dijo que quería quedarse a vivir en el pueblo porque en su hogar había mucha sequía.

El anciano que estaba fumando una pipa le preguntó: cómo es la gente del pueblo de dónde usted viene.

El joven contestó que muy buena, amable y que allí se respetaba a los ancianos. Además, que los conflictos se resolvían hablando.

El anciano respondió que la gente de este pueblo era igual y que sería bien recibido: ¡bienvenido joven!

Al rato llegó otro joven, de caminar desafiante y también pidió vivir allí. Sin embargo, a las preguntas del anciano respondió con alevosía y habló mal de sus parientes.

El anciano le dijo que la gente de este pueblo también era mala y no sería bien recibido.

La moraleja de la historia, más allá de las respuestas del anciano es que quien cree en el sentido de la amistad y ama sus raíces, vaya a donde vaya siempre le irá bien.

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