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La nortesantandereana Anita Morantes es un leyenda del baloncesto

La oriunda de Bochalema integró la Selección de Veteranas de Dinamarca, en un mundial, obteniendo el segundo puesto.

La verdadera pasión del baloncesto no está del todo entre los observadores de la gradería, sino dentro de la cancha donde, los contendores controlados por dos árbitros, tras el salto inicial, dan lo que pueden para ganar un partido. Claro está, sin restarles mérito a los aficionados que vibran hasta enloquecer según el ritmo del encuentro.

Son cinco titanes contra cinco bajo diversa estrategia, acosados por el reloj, en búsqueda del error del rival, a fin de desorientarlo, adivinarle las intenciones, llevarlo a cometer faltas, introducir la bola en raudo movimiento, en el aro, en procura de dos puntos y un golpe de los defensores, acción generadora de otro lanzamiento que garantiza la opción de lograr un nuevo tanto.

Muchas veces, de acuerdo a la cerrada actitud de los contendores, se lanza de lejos, también debido a otras circunstancias y a la altura de los postes, mientras un jugador espera bien ubicado con tal de rescatar la esférica para su equipo y así aumentar o acortar la ventaja. En este caso lo ideal es tirar de cerca porque el esfuerzo del recuperador es menos y seguro.

Cuando el cotejo está apretado surge en el tablado la marcación hombre a hombre, en zona, mixta y flotación tal como se haya planteado el enfrentamiento luego de los tiempos reglamentarios para corregir fallas, mantener la delantera, observar las brechas individuales y colectivas, situación de donde nace el triunfo entre los gritos de los técnicos confiados en la escogencia de sus hombres.

Algunos guerreros de la canasta son estupendos en los entrenamientos, pero en los partidos se confunden con la rechifla y demás situaciones propias de la competencia donde no se tiene piedad por el contrario sin intentar violar el reglamento.

A veces se juega con dos armadores de igual capacidad de deslizamiento y engaño. Por eso surgen roces, bofetones, codazos, pisotones, escupitajos, paralizantes rodillazos mal intencionados en los muslos, patadas en los tobillos, insultos solapados llenos de amenazas de diverso orden porque no existe objetivo distinto al de ganar.

Suena el pito y viene el cobro de culpas técnicas, las que decida el juez, según la agresividad del sancionado y se pierde el derecho a llevar el balón.

Ese es el producto inútil de la angustia al ir en desventaja.

Luego de los cambios sin límite, considerados necesarios, tras los lapsos de organización, al sonar la chicharra final la gloria embriaga a los ganadores y el dolor, copiosas lágrimas depresivas, la venganza, el ánimo de revancha embarga a los perdedores, si es que hay posibilidad, luego de cuarenta minutos de frenesí, carreras, dobles, robos de pelota, formidables tapones, clavadas, juego devuelto, caídas, saques detrás del tablero y los costados, expulsiones, ganchos, fintas, bloqueos, pases raudos inteligentes, mortales tiros desde lejos y otras situaciones conocidas por los practicantes de tan difícil actividad deportiva.

Así es el baloncesto por dentro, y otra cosa es lo que ven los seguidores desde sus cómodos asientos.

Esto empezó a conocer Anita Morantes en su natal Bochalema, a los ocho años, cuando su hermano David, integrante tres veces de la Selección Colombia, decidió enseñarle los fundamentos de tan fuerte competencia, aun, contra la negativa actitud de sus mayores que consideraban esos duelos propios de hombres.

Al terminar la educación secundaria, Ana Morantes Maldonado se trasladó a Cúcuta y al saber a través de la radio que solicitaban mujeres para la Selección Norte, se presentó y con lo aprendido a manos de David se ganó el derecho a portar con dignidad el uniforme rojo y negro.

Representó al departamento en 1953, 1954 y 1956 bajo la dirección de Augustus Kan, Hernán Pipo Gómez (con su baúl lleno de habilidades esquemáticas) y Alejandro Sánchez.

Al considerar superada la etapa, la cucuteña partió, en 1956, a Bogotá donde integró el quinteto de la Universidad Central frente al cual muchos equipos, durante tres años, cayeron derrotados en forma apabullante.

Al iniciar su vida laboral en laboratorios Schring, participó en distintos campeonatos industriales con el elenco de esa firma y ganó varios primeros puestos, también segundas posiciones.

De su paso por la capital perdió la cuenta de las acciones deportivas en las cuales participó incluido el atletismo, en la especialidad de 100 y 200 metros de velocidad pura que le proporcionaron dos segundos puestos en torneos a nivel nacional.

En la cúspide de su carrera, el quinteto de Colombia no viajó por falta de recursos económicos a un torneo mundial de veteranas en Dinamarca, pero Anita pudo hacerlo en donde reforzó la Selección de Estonia, con excelente segunda posición.

En el encuentro de veteranas de Canadá, laboró con Piratas de Bogotá en donde no se coronó campeona con ese conjunto, pero el resultado fue relevante, en 1989.

Estuvo vinculada a la vida diplomática, ocupó altos cargos en el Gobierno Nacional y Coldeportes le otorgó la Pirámide Al Mérito Deportivo, la más alta distinción con que reconocen el esfuerzo de los señeros colombianos, en agosto de ese año.

Ana Morantes Maldonado, la singular Anita, entre trofeos y viejas fotografías de deportistas y personajes de la vida nacional, hizo un descanso de refresco en la banca, absorta en su nostálgico retiro, congelado el encuentro con el manejo del cronómetro, como si disputara un partido ganado de antemano, con la fanaticada histérica de pie, en donde solo cuentan los últimos segundos.

Beto Rodríguez | Especial para La Opinión

Sábado, 30 de Abril de 2016
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