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La calle, estilo de vida o necesidad

Un estudio revela que fallará la reubicación de los vendedores ambulantes.

En las calles del centro de Cúcuta la oferta de productos es tan variada como en un centro comercial. Hay desde ropa interior hasta puestos de comida súper rápida: empanadas, papas rellenas, avena, limonada. En pocas palabras se encuentra de todo y para todos los gustos.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en un centro comercial o en un local comercial, en la calle no hay orden ni espacio para caminar, tampoco se expiden facturas, mucho menos se pagan impuestos, no hay formalidad ni legalidad.

Pero, a pesar de estas ventajas, el trabajo en la calle tampoco es fácil. El sol, el agua, el viento, el ruido de los carros y las persecuciones de la Policía, hacen de esta labor toda una odisea, a veces peligrosa.

En este ambiente, se presume que viven más de tres mil personas en la ciudad, ‘se presume’, porque no hay un censo ni un estudio que verifique oficialmente cuántos son y muchos de ellos, como es el caso de Celina Castro, llevan toda su vida en esta labor.

“La calle es mi vida” o “yo no sé hacer nada más”, son algunas de las frases que se le escapan a esta mujer de 56 años de vida, con 35 años de experiencia como comerciante informal o ‘vendedora de andenes’.

En su experiencia, Castro aprendió a vender de todo. Inició con carne y pollo, después pasó por zapatos, adornos de mariposas, manteles, juguetes y, ahora, ropa para dama y camisillas escolares.

Lo más difícil, aparte de las altas temperaturas y de ‘manear’, como se le llama al hecho de recorrer las calles con la mercancía en la mano, son las persecuciones de la Policía. “Una vez perdí cuatro ‘plantes’, pero ya uno sabe que cuando están molestando saca poquito”, dijo.

Pero, a pesar de todas estas dificultades,  ella no ha pensado una sola vez en dejar la calle y mucho menos aceptar de las propuestas de reubicación, como la del centro comercial Las Mercedes que propuso hace unos años el entonces alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez Lobo o los constantes fracasos de las diferentes administraciones para hacer que los pimpineros cambien de actividad.

Un proceso a la ligera

“Allá no se vende y afuera es todo feo”, dijo Castro. Como ella, cientos de vendedores ambulantes le dijeron no a la iniciativa de Ramírez.

¡No quieren pagar arriendo! ¡A ellos lo que les gusta es la calle! Fueron algunos de los señalamientos que se escucharon en el momento. Sin embargo, las razones van más allá de eso.

Un estudio elaborado por la Universidad Libre (seccional Cúcuta), el Ministerio de Trabajo y el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (Penud), evidenció que las causas principales del no traslado a Las Mercedes son  varias: la desconfianza que existía entre las partes (vendedores y administración municipal), la falta de acuerdo entre los vendedores divididos en tres organizaciones, la ausencia de planeación estratégica del proyecto y, por último, que los comerciantes de la calle consideraban que a esa zona de la ciudad la gente no iba a ir comprarles, como si sucede en el centro.

Mario Zambrano, líder investigador de este proyecto, cuyos resultados aún no son socializados, explicó que una de las principales falencias del proceso es que nunca hubo una caracterización socio-económica de los vendedores y sin esta información es muy difícil desarrollar una política que funcione.

En esta misma dirección apuntó Juan José Arias, licenciado en sociales y especialista en política pública y educación. Según el docente universitario, uno de los principales errores al momento de enfrentar el fenómeno de las ventas callejeras, es que se asume como un problema de ocupación ilegal del espacio público y no como una situación social compleja. “Una política real debe estar direccionada a mejorar la calidad de vida de estas personas y no se puede diseñar solo como una cuestión de imagen arquitectónica para que la ciudad se vea bonita”, agregó.

Indudablemente, reconoció Zambrano, el auge del comercio callejero se debe a la falta de oportunidades laborales y calificación profesional. Pero a esto hay que sumarle otros factores relacionados a los altos costos de la formalización y el no conocimiento de las ventajas que tiene ser un comerciante formal.

El problema real para la ciudad es que mientras las calles se siguen llenando de vendedores informales, los círculos de pobreza continúan acentuándose.

Se acostumbraron

Hay razones propias por las que los comerciantes callejeros no van a dejar nunca esta actividad. Castro, por ejemplo, asegura que no sabe ser empleada y no se ve obedeciéndole a nadie.

A esto hay que agregarle que estas personas no están dispuestas a arriesgarse y tienen un pensamiento a corto plazo. Es decir, que prefieren desarrollar una actividad que conocen, omitiendo costos legales y corriendo los riesgos de la calle, que pensar a largo plazo, agregó Zambrano.

Al respecto, la comerciante sabe que un día puede pasar con cero ventas y eso significa no llevar dinero y comida para su casa, pero también conoce su negocio y sabe que al otro día puede vender $100 mil o $300 mil y eso lo compensa.

“A ellos les hace falta formación ciudadana y la formación conlleva a unos compromisos sociales que tienen que existir. Pero ¿cómo nos inventamos una política de alternativa social que se articule con las políticas de desarrollo y sea integral, no meramente económica?”, refutó Arias.

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Jorge Andrés Ríos Tangua
Sábado, 18 de Febrero de 2017
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