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Basta con lo que hay

La pena de muerte es un castigo que está en retroceso en el mundo entero.

Con cada crimen espeluznante contra niños —y todos lo son, en verdad—, como el asesinato de Yuliana Andrea Samboní, surgen voces con propuestas para reformar las leyes para establecer penas más duras contra los responsables.

Pero quienes formulan las ideas las fundamentan sobre argumentos que no son lo suficientemente sólidos, además de que parecen desconocer la realidad del momento. Son propuestas espasmódicas surgidas al calor del apasionamiento.

Casi siempre se pregona la necesidad de establecer una de tres sanciones o, si fuera posible, todas al tiempo: pena de muerte, cadena perpetua y castración química. Esta vez, por fortuna, la primera parece que desapareció del repertorio…

Los proponentes, muy pocos de ellos con formación jurídica, ignoran que, al menos la pena de muerte es un castigo que está en retroceso en el mundo entero, y la razón es sencilla: además de ser un acto de venganza, es inocuo: en ninguno de los países que la mantiene han disminuido los delitos para los que se estableció.

En relación con la cadena perpetua es oportuno señalar que en la práctica ya existe, pues enviar a un feminicida por 60 años a la cárcel, como lo permite la ley colombiana, es enviarlo toda su vida, pues la inmensa mayoría de condenados tiene al menos 18 años, y con una pena como la señalada, sin atenuantes, pues el delito no los permite, les impide salir vivos.

Así que, ¿cuál sería la necesidad de establecer la cadena perpetua? Hay que tener en cuenta que si el derecho más importante del hombre es a la vida, cualquier delito contra ella debe ser el más grave. Por muy grave que sea, en la estructura de las penas no puede haber una más grave que la que sanciona el homicidio.

Y respecto de la propuesta de la castración química, quizás genere impacto en lo relacionado con algunos delitos de carácter sexual, pero no impedirá que un hombre pueda cometer feminicidio u otro delito, ni siquiera contra una niña.

La cárcel es la práctica cultural más extendida en el mundo para castigar a quienes violan las normas penales. Le garantiza a la sociedad una cierta seguridad de que quienes la ofendieron estarán alejados al menos durante un tiempo. Pero no ha sido ni práctico ni eficaz enviar a la cárcel a todo el que delinque, ni hacer de la cárcel la única fórmula aplicable para combatir el crimen.

Siempre está la educación como la solución idónea y permanente para que la sociedad forme a sus individuos. Siempre es mejor educar y educar, que llenar las cárceles, especialmente porque allí nadie corrige sus errores, por el contrario, encuentra más recursos y herramientas para perfeccionarse como delincuente.

Los países con niveles más altos de educación (norte y centroeuropeos, por ejemplo), el sistema penitenciario está clausurando cárceles, porque cada vez hay menos candidatos para ocuparlas. Y países como Estados Unidos o China, con sus gigantescas redes de cárceles y millones de reclusos, no han podido evitar que los ciudadanos delincan cada vez más.

Así que, en vez de pensar en utópicas fórmulas punitivas, lo mejor es insistir en la educación como medio para hacer la sociedad que pretendemos. Y por supuesto, que la justicia actúe cumplidamente.

Sábado, 10 de Diciembre de 2016
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