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Desarmar el odio

Así como la violencia solo genera violencia, el odio solo deja mayor odio.

Son inertes pedazos de fierro; no tienen ni deseos ni voluntad, no pueden elegir. En síntesis, las armas no se accionan solas. No matan solas: necesitan de alguien que las accione. Y, de ordinario, ese alguien necesita de una razón para usarlas. Y el odio es la más común de las razones para accionar un arma…

Y si algo parece caracterizar a este país es el odio. Irracional, absurdo, profundo, irreconciliable, indefinible, factor permanente de dolor y muerte, el odio que se percibe en todos los rincones del país da para pensar en la posibilidad de que se le encuentre en el ADN de cada colombiano.

Y es en ese ríspido campo del partidismo político donde el odio anida y crece con la mayor libertad, y donde tiene más altas posibilidades de convertirse en factor de muerte y de miseria humana, donde con toda seguridad encontrará manos dispuestas a usar un arma.

Al fin que la guerra no es más que la prolongación de la política por otros medios, como lo dijo el más afamado teórico de la ciencia militar, alguien que sabía de qué hablaba.

En gesto que se debe reconocer en un país donde casi nadie cumple sus promesas, las Farc entregaron 7.732 armas de su guerra contra el Estado, y con eso lograron que el país dejara caer un suspiro de alivio, no porque la ex guerrilla hubiera honrado su palabra, sino porque miles de colombianos salvarán la vida y muchas familias no sufrirán ni pena ni dolor.

Este desarme, según las Naciones Unidas, es un ejemplo para el mundo, y se les debe a la persistencia del Gobierno y a la determinación de las Farc de acabar con la fratricida guerra de 60 años que nos llenó de muerte, de dolor, de maldiciones… y de mucho más odio.

Porque así como la violencia solo genera violencia, el odio solo deja mayor odio.

Y ¿seremos capaces de desarmarlo, de desactivar ese sentimiento de venganza que envilece la mirada y la mente de muchos, ese deseo irreconciliable de aniquilar al otro solo porque piensa diferente, esa ansia de exterminio, ese deseo insuperable de accionar un arma?

Todos los colombianos tendremos que hacerlo, pasando por sobre todo obstáculo, por sobre todo liderazgo germinado en el veneno del odio, por sobre la venganza partidista y la ceguera voluntaria de quienes se niegan a ver una realidad diferente de la suya.

No puede haber cabida para la torpeza de dirigentes políticos animados por una sed irrefrenable de vengar las que consideran traiciones partidistas; no se puede volver al rostro, a menos que se quiera que todo lo que está atrás nos alcance de nuevo y, entonces sí, nos destruya como pueblo.

Permitir que el odio le gane al deseo generalizado de paz sería demostrar que somos inferiores a cualquier compromiso, y que tiene más valor una bala que una vida, como hasta ahora hemos predicado con los hechos.

Oficialmente, ayer fue el primer día oficial de paz en seis décadas, y hay que admitir que fue distinto a lo vivido. Esa sensación indefinible de calma y de serenidad, esa seguridad de saber que la guerra por fin había muerto, esa tranquilidad al ir a los cultivos sin tener que cuidar los pasos, esa es la paz.

Tenemos que ser capaces de alimentarla y fortalecerla, y de desarmar todos los odios.

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Miércoles, 28 de Junio de 2017
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