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Dos años después...

En Cúcuta aún no hay claridad sobre lo que se debe hacer para enfrentar los múltiples problemas que surgieron.

Ni los países más avanzados están preparados para ofrecer soluciones inmediatas, adecuadas y de largo aliento ante todas las situaciones de emergencia.

Basta examinar lo que le está ocurriendo a Europa con los atentados terroristas del Estado Islámico (EI), para concluir en que cuando la emergencia ha surgido, ninguno de los países afectados tenía a la mano las urgentes soluciones necesarias para enfrentar con éxito la problemática surgida.

Pero lo mismo sucede en situaciones previsibles y menos apuradas, como la llegada masiva hace algunos meses de millares de refugiados africanos a playas de Grecia, Italia o España. 

Los planes de contingencia, que exigían recursos enormes, no existían, y hubo que aprender sobre la marcha y superar la improvisación inicial. Y rápido, muy rápido.

Dos años después del sorpresivo cierre fronterizo unilateral del presidente Nicolás Maduro, en Cúcuta aún no hay claridad sobre lo que se debe hacer para enfrentar los múltiples problemas que surgieron.

Decisiones de Cancillería y de Migración Colombia tendientes a establecer la cifra de inmigrantes que vienen y regresan, o se quedan en Colombia, y de algunos programas de control de la Policía, a pesar de su rigor, son insuficientes para convencer a los cucuteños y a sus autoridades de que las cosas no son como las creen.

Dos años después se sigue improvisando, más con base en rumores y en imprecisos, y a veces exagerados informes de radio y tv, y ni siquiera se atiende a las cifras escuetas y claras de los registros de ingreso y salida de extranjeros y colombianos.

Esto lleva a que se hable de cifras inverosímiles de venezolanos en calles y parques de la ciudad, y a que se genere una matriz de opinión en el sentido de que nadie hace nada por los recién quedados, que jamás han sido los miles de que se habla.

Hay numerosas iniciativas para darles de comer a los extranjeros, en actitud noble que, sin embargo, borra aquello de que la caridad comienza por casa. ¿Por qué, preguntamos, esos esfuerzos y esos alimentos nunca se han desplegado y ofrecido a los cucuteños pobres, que en realidad necesitan siempre de cualquier apoyo?

La razón quizás se encuentre en esa convicción artificial de que toda Venezuela está llegando a Cúcuta, a pesar de que las autoridades migratorias lo desmienten a mañana y tarde con cifras reales establecidas en los puentes, por donde pasa la inmensa mayoría de personas.

Lo que está ocurriendo, ese cierto caos que se nota en la acción oficial, es resultado de dos años perdidos durante los cuales a nadie se le ocurrió adoptar mecanismos idóneos para establecer la realidad del fenómeno migratorio y de su verdadero impacto en Cúcuta.

Hace pocos días, por ejemplo, una radio hablaba de “miles de familias venezolanas refugiadas en barrios de las comunas 6, 7 y 8, que sobreviven en la miseria más terrible y que claman por ayuda de Colombia para no morir de hambre y enfermedad”.

Pues bien. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el Consejo Noruego para Refugiados y la Defensoría local del pueblo, las miles de familias son solamente 382, entre ellas, algunas colombianas, y aunque enfrentan obvias dificultades, no están muriendo de hambre ni de enfermedad.

Viven en las mismas condiciones muy precarias de los colombianos pobres de esas comunas, los mismos de cuyas necesidades nadie se preocupa por subsanar, a pesar de que siempre han estado allí, a la vista de todos...

Todavía permanecen en las sombras, quizás porque no es moda hablar de ellos…

Sábado, 19 de Agosto de 2017
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