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Editorial
El país real
Si fuéramos un país agrícola, no habría necesidad de importar casi 30% de los alimentos que consumimos.
Martes, 24 de Mayo de 2016

País campesino, se ha dicho siempre que es Colombia. También, agrícola… Pero, nada más irreal. Quizás, decirle ganadero, sería más acorde con la verdad, aunque, de todos modos, esa sería una definición imprecisa.

Si fuéramos un país agrícola, no habría necesidad de importar casi 30 por ciento de los alimentos que consumimos, y que cuestan una fortuna comparados con lo que costarían si los produjéramos aquí.

No puede ser campesino un país en el que 75 por ciento de sus habitantes vive en las ciudades y tiene del campo una visión entre peyorativa y despreciable, y en el que la principal aspiración del campesinado es vivir en un centro urbano.

Según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (Upra), el territorio está desperdiciado, por decir lo menos, en cuanto a que 30 por ciento se destina a la ganadería, y el otro 70 por ciento se cultiva de manera ineficiente.

Y no es la ganadería, precisamente, una muy buena fuente de empleo para los campesinos, además de que no exige mayores costos ni compromete tanto los capitales, como sí la agricultura.

De 114 millones de hectáreas que tiene Colombia, unos 26 millones tienen posibilidades para la producción agrícola, pecuaria y forestal, y solo se produce en 6,3 millones de hectáreas, es decir, un 24,2 por ciento del total disponible.

De los suelos netamente agrícolas —unos 11,3 millones de hectáreas— solo se aprovecha 35 por ciento, dice un estudio de Upra. Pero, y esto es clave para la mejor comprensión de la situación, los suelos ganaderos son unos 8 millones de hectáreas, pero a ganadería y a actividades de pastoreo se dedican 38 millones de hectáreas.

¿Cuál es la inversión para mantener pastos en un potrero con destino a la alimentación del ganado? Realmente, casi ninguna si se compara con la inversión que requiere un cultivo de cualquier producto en la misma superficie.

Hay regiones enteras de clara vocación agrícola (Córdoba, Cundinamarca, Meta…) donde la ganadería es la única actividad económica, la que capitaliza los recursos del Estado, la que impone las condiciones, en detrimento de cualquiera otra destinación de los suelos.

La Sociedad de Agricultores de Colombia (Sac) cita estadísticas que revelan el efecto de no cultivar las tierras de manera adecuada: “producimos 32’016.861 toneladas y el consumo aparente es de 38’910.992 toneladas”, de acuerdo con el presidente de la Sac, Rafael Mejía.

Es tan acentuado el retroceso de la agricultura, que del 25 por ciento que aportaba a la economía en 1965, hoy lo hace con solo 3,3 por ciento, de acuerdo con un estudio del Banco Mundial.

Lo más grave es que los fenómenos naturales como El Niño o La Niña dejan consecuencias insuperables para la agricultura: unas veces, las inundaciones, y otras, la sequía, acaban con cultivos y con economías. Y no es que la ganadería no sufra, sino que, ante la imposibilidad de hacer con los cultivos, es fácil llevar el ganado de una zona a otra.

Así, hablar de Colombia campesina o agrícola es una irrealidad. Valdría más hablar de un país con sus tierras en manos de los ganaderos.

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