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Editorial
Hora de pensar
Los que comienzan serán días duros, de ajuste permanente, de acomodar tantas cosas...
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La opinión
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Domingo, 2 de Octubre de 2016

No serán necesarias más jornadas como la de ayer para que la sociedad colombiana dedique todos sus esfuerzos a sanar las fracturas que la dividen por razón del espíritu guerrerista, la intransigencia, la corrupción y el fanatismo de algunos de sus líderes de ayer y de hoy.

Hoy, el día después, es hora de recomponer el tejido social de un país que desde cuando lo invadió Europa en 1510 solo ha vivido de conflicto en conflicto, de guerra en guerra, sumido en el llanto, el dolor, la sangre y la destrucción; infamia sin límite y sin nombre.

Ocurrió un fenómeno doloroso: la Colombia urbana, que ha estado al margen de la dureza de la guerra, decidió por la rural, la que ha puesto siempre los muertos, las lágrimas, la sangre.

Por eso, nadie puede excluirse de la obligación de buscar la sociedad democrática, justa, incluyente, equitativa y, sobre todo, pacífica, que merece ser la de este país; a nadie se puede excluir nunca más, del derecho a decidir qué país prefiere y busca.

Será un trabajo arduo, incansable, permanente, serio, responsable, porque el resultado será el país que se quiere para los hijos y los, el país que jamás se ha tenido, aunque se ha intentado, porque han podido más los intereses de los propiciadores de la guerra, que los sencillos y elementales intereses del resto de la sociedad.

Fracturar la sociedad, hasta dejarla irreconocible e irreconciliable, ha sido siempre táctica de algunos políticos, para aprovechar la situación y obtener gabelas electorales; y esta es una de esas oportunidades. Hoy, la realidad es resultado de una doble apuesta: jugar al fracaso del plebiscito, y alinderar las fuerzas para las próximas elecciones presidenciales.

Solo que el primer objetivo sobrepasó los cálculos y dejó una división profunda de la sociedad, propiciada por dirigentes harto conocidos. Sin embargo, a recomponerla de inmediato, a restañar heridas, a sanar las fracturas es la invitación.

En las últimas semanas, toda Colombia ha experimentado la sensación que deja pasar días y noches en paz, sin el tronar de los fusiles, sin las explosiones, sin los gritos de dolor y el llanto, sin las maldiciones, sin sangre derramada, en fin, sin guerra. Lo mejor de la experiencia es que habrá tantas noches y tantos días así, como se lo proponga la misma sociedad.

Los que comienzan serán días duros, de ajuste permanente, de acomodar tantas cosas, de reanudar el camino interrumpido de progreso indetenible, de lucha contra la intransigencia primitiva, contra el fundamentalismo trasnochado.

No habrá ocasión de dar pasos atrás, el resultado de las urnas es de crisis: no caben ni las interpretaciones rebuscadas ni los pretextos retorcidos: se trata de reorganizar la patria y darle la forma que debe tener, no de refundarla, como se pretendió cuando la guerra arreció desmesuradamente.

¿Renegociar los términos de lo acordado en La Habana? Todo parece indicar que no será posible. ¿Reanudar la guerra? Ojalá que no. Sería el peor de todos los caminos, por muy descabellados que parezcan.

El Presidente Santos en su alocución ha convocado a todas las fuerzas políticas, en especial a las que defendieron el no, para oírlas. Ojalá triunfen los deseos de paz por encima de las ambiciones políticas.

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