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Editorial
La corrupción
Necesariamente tiene que ocurrir una de dos cosas: o no hay ni Fiscalía ni Contraloría ni Procuraduría ni Dijin, o no hay corrupción.
Viernes, 31 de Julio de 2015

A pesar de que muchos teóricos políticos insisten en que el peor problema de la democracia es la falta de conciencia política, que impide que los ciudadanos asuman las responsabilidades que les corresponden, en Colombia es la corrupción en el sector oficial, que contamina y compromete a otros sectores y le da impulso a una cultura de lo ilegal que causa náuseas.

Es más que un cáncer, es una epidemia que afecta y enferma todo el organismo social y lo aniquila, pues sus defensas, escasas y endebles, nada pueden contra el embate de la corrupción, una especie de nueva religión, y sus poderosos sacerdotes y sus acólitos.

La corrupción y los corruptos están a donde quiera se mire en todo el aparato del Estado; que no se pueda demostrar es otra cosa, pero tiene que ver con que, junto con sus prácticas criminales, los corruptos han desarrollado técnicas y sistemas para esconder el hasta el hedor del miasma.

La corrupción es casi como el medio ambiente en el que se vive cada día en todo el país. Los diarios parecen repetir sus historias edición tras edición, revelando actos de corrupción, de investigaciones que nunca llegan a nada, de sobrecostos en compras del Estado, de licitaciones con nombre propio, de grabaciones ilegales para demostrar que otros también son o pueden ser corruptos, de dineros que desaparecen, de obras que jamás se terminan, de funcionarios que de vivir en un barrio popular se pasan, en pocos meses, a vivir en lujosos sectores de casa de muchos millones y con autos de un lujo ofensivo, de veedores comprados, de estudios copiados por internet y entregados para llenar requisitos, de mentiras, de bolígrafos de 291 pesos comprados a 1.155, de falsedades, de trucos para quedarse con el fisco sin la menor vergüenza…

Y eso ocurre tanto en Florencia como en Cúcuta, en Bogotá como en Riohacha, y nadie dice nada, nadie investiga nada, nadie reprocha nada. Todos los ciudadanos pasaron al bando de los silenciosos, de los que tragan entero y confían en que tal vez otros le pongan freno al desmadre.

Por eso, sorprende que en Florencia, Fiscalía y Dijin se hayan atrevido y hayan arrestado a la alcaldesa, a su marido, a su secretaria de Hacienda, a un exsecretario de Desarrollo y a ¡10 concejales!, y los acusaron de un soborno de 800 millones de pesos para autorizar un endeudamiento de 20 mil millones de pesos para el municipio.

Si la acción policial de Florencia es el preludio de que en todo el país ocurrirá lo mismo con los corruptos, ¡enhorabuena!, porque por fin, alguien en los mal llamados órganos de control se dio cuenta de que sí, que como lo dice la gente en cualquiera de nuestras esquinas, unos pocos se están robando el dinero del Estado, que es de todos.

Ojalá Florencia no termine pareciendo una isla en el inquietante mar corrupto de Colombia. Pero, nos tememos que sí. Ya nadie quiere denunciar más, porque, la verdad, parece que de nada sirve, salvo para que el denunciante pague su osadía.

Cúcuta sería feliz si al menos uno de los pantalonudos agentes de Fiscalía y de Dijin de Florencia viniera a trabajar acá, donde, nadie lo puede negar, la corrupción oficial es tan común como los pasteles de garbanzo, y donde todo lo que se denuncia es letra muerta.

En esta ciudad olvidada —valga la parodia— de Dios y de los hombres probos, necesariamente tiene que ocurrir una de dos cosas: o no hay ni Fiscalía ni Contraloría ni Procuraduría ni Dijin, o no hay corrupción.

Solo que corrupción oficial si hay, y desde hace largo tiempo.

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