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Editorial
Los dos almagros
El uruguayo Luis Almagro reafirma cada día que pasa que como secretario del organismo hemisférico ve solo por el ojo derecho.
Martes, 20 de Junio de 2017

Empecinado más allá de toda compostura requerida como Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro reafirma cada día que pasa que como secretario del organismo hemisférico ve solo por el ojo derecho.

Aprovechando su posición como líder de la OEA, ha planteado una guerra personal, casi privada, contra el gobierno de Nicolás Maduro y la revolución bolivariana socialista de Venezuela, sin tener claridad en relación con el riesgo de división al que está llevando a los países que confiaron en él.

Ayer, en Cancún, la OEA permanecía dividida en dos grandes bloques por razón de Venezuela y del discurso de Almagro de que en este caso vale más lo que él entiende que la democracia es como leitmotiv de la OEA y la soberanía de un país para decidir, mediante sus propias fórmulas, lo que debe hacer.

El principal problema de Almagro no es, sin embargo, su recalcitrante postura personal respecto de Maduro y su gobierno y la situación de los venezolanos por razón de la innegable crisis política de su país, sino en el abandono total de otros problemas hemisféricos, tal vez más graves, porque interesan de manera directa a todo el continente, y en relación con los cuales ha preferido decir cualquier cosa y mirar hacia otro lado.

Sería interesante que el continente viera al secretario general de la OEA entercado y sin dar pie atrás defendiendo a los millones de inmigrantes sobre los cuales no pesa una simple amenaza de sacarlos de Estados Unidos, sino la realidad de la policía migratoria que persigue y caza inmigrantes irregulares como a ratas.

¡Qué falta hace un discurso permanente, reiterativo, incesante y a voz en cuello, que haga sentir a Washington que toda América está unida para defender a los perseguidos por Donald Trump y su política migratoria! Pero la voz llamada a hacerse escuchar, la del secretario de la OEA está, desde hace largo rato, ocupada en menesteres más particulares.

Decirle a Trump que para la OEA son inadmisibles sus amenazas contra millones de inmigrantes no es suficiente; sería un avance si ese discurso lo repitiera, como otros, en todos los foros y lo pronunciara en el mismo tono que se le escucha en Caracas, y apelara de manera permanente, como si se tratara de Maduro, a todas las instancias de poder, para enfrentarse a Washington.

Quizás a Almagro le parezca normal lo que al resto de americanos nos parece grave: que un proceso de paz arrancado a otros empecinados, y por el que un país como Colombia se está jugando entera, corra tantos peligros como los que lo amenazan, sin que órganos como la secretaría general de la OEA se planten a defenderlo hasta agotar las energías, tal como se supone que debe hacer un organismo como el hemisférico.

Desde luego, se entiende que los puntos de vista de la diplomacia y de la burocracia internacional difieren de los de la opinión pública rasa. Pero, al final de la tarde, hay puntos de encuentro y coincidencia en torno de los problemas que más agobian.

Pero lo que no se entiende es el divorcio entre esa burocracia y algunos burócratas.

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