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Más vale tarde...

Se debe conceder la razón a la canciller María Ángela Holguín, ahora que ya entendió lo que sucedía.

La fortuna les sonrió a Norte de Santander y a los demás departamentos limítrofes con Venezuela: en Bogotá, altos funcionarios del Gobierno cayeron al fin en la cuenta de que en asuntos fronterizos solo se hacía lo que dijeran desde Caracas Nicolás Maduro o desde San Cristóbal José Vielma.

Las razones por las cuales eso ocurría no se conocen, pero algo tienen que ver en ello una condescendencia mal entendida hacia un gobierno en problemas que, de todas maneras, afectan a Colombia, y un flujo de información basado en intereses particulares de algunos sectores.

Por eso, la situación había llegado a extremos como el de tener que soportar sin chistar las pataletas de Maduro y los escandalosos berrinches de Vielma, en el entendido de que era necesario, para garantizar un desenlace adecuado de todo el proceso de paz con las Farc. Una cortesía que estaba haciendo daño y cuya razón de ser no satisface a gran parte de la opinión pública.

Es lógica elemental que entre vecinos se deben mantener buenas relaciones, y más si esa vecindad es para siempre. Pero también es lógico que si un vecino se comporta contra todas las normas de convivencia, se asuman actitudes firmes de rechazo y protesta, y se replanteen las relaciones.

Ninguna relación de vecindad basada en la reciprocidad y la correspondencia puede derivar en la dependencia de una relación de dependencia tal que se pierdan la independencia y la soberanía, como en el caso de Colombia y Venezuela.

La soberanía colombiana es pisoteada cada vez que un extranjero cruza la frontera a los empujones y sin identificarse, cada vez que el vecino, así sea a través de agentes de bajo nivel, decida cómo debe comportarse Colombia; cada vez que se atropella a un nacional que, casi siempre obligado por las circunstancias, tiene que visitar a Venezuela; cada vez que se acuerda un protocolo y allá no lo cumplen, porque para el gobierno de Caracas es válido solo cuando y en lo que le parezca.

Desde luego, hay que reconocer que al menos Cúcuta sigue convencida de que para sus intereses está Caracas más cerca que Bogotá, y que en ese sentido, su vida económica depende más del otro lado de la raya limítrofe que de este. Más de un año de experiencia no parece aún convencer a muchos cucuteños de que no ha se ha sobrevivido por la decisión de la revolución socialista bolivariana, sino del tesón, del esfuerzo y de la determinación de las gentes de este lado.

No parece convencerlos la realidad: la economía colombiana es considerada como una de las más estables del mundo, y como una de las que jamás ha detenido su avance, mientras la venezolana es un alud en caída libre que amenaza incluso con golpear a Colombia. Entonces ¿por qué seguir buscando el oro donde no hay ni siquiera arena, el grano donde no hay ni paja?

Se debe conceder la razón a la canciller María Ángela Holguín, ahora que ya entendió lo que sucedía: “cada vez que Venezuela tiene un lío, que ahora es el estado natural, es contra nosotros”.

Sábado, 7 de Enero de 2017
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