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Rojo y negro

Si el fútbol es un gran negocio, porque lo es, entonces la solución es clara: que en todo equipo, cada pasión sea una acción. 

En una sociedad en la que algunas conciencias son objeto de compraventa, ¿por qué el deporte debería estar exento de ser considerado una mercancía, y una excelente mercancía?

En un mundo en el que la nueva religión, el fútbol, es el más impresionante de todos los negocios, incluidas las armas y las drogas sicotrópicas, y el sagrado libro es un diabólico compendio de solo 17 reglas, no existen las apostasías.

Una muy poderosa mafia, como en el mundo entero llaman a la Fifa, impide, sin usar ni la violencia física ni los modales ásperos, que haya siquiera asomo de grietas en la alienada feligresía que asiste al pomposo templo global de estadios y televisión amancebados. Porque esa alianza es una mancebía que funciona en la medida del dinero y de los intereses mutuos.

En una realidad así, en la que todo vale en oro lo que pesa, en la que hasta las prendas íntimas de los jugadores tienen precios exorbitantes, en la que la vida de los jugadores, verdadera esencia del fútbol, es propiedad del mercachifle, ¿por qué el dueño de un equipo no puede hacer con él lo que le dé la gana?

Cúcuta lo sabe, lo ha vivido por años y años, lo sufre con un profundo dolor en negro y rojo que se transmite, sin beneficio de inventario, de padre a hijo, día tras día, gol tras gol, eliminación tras eliminación. Que en otras partes el dolor no sea tan agudo es solamente obra de un dueño de equipo con visión más clara y con sentido de pertenencia menos etéreo y frágil.

Con la suma de tantas pasiones desbordadas, por amor y odio, hacia la camiseta rojinegra, se hubiera podido mover el mundo al antojo de los cucuteños, pero sobre ellos reina hoy el desconcierto del anuncio inesperado: se va el dueño del equipo, el usurpador que goza el producido de la pasión y el fanatismo.

Y Cúcuta entera entra en depresión. Lógico. Y nadie se plantea cómo evitar que se repita esta catástrofe. La hinchada, feligresía fiel como ninguna en el país, únicamente atina a proponer fórmulas moralmente imposibles solo porque en otra ronda de negocios dieron cierto resultado.

Nadie hace conciencia de cuál es el negocio de la Fifa: no es el fútbol, no, el negocio de la Fifa son los negocios.

Cuando cada fanático se apropie de esta verdad, quizás el camino llano de la redención aparezca detrás de los árboles que impiden ver el bosque, y entonces y solo entonces, se reclamará el derecho a que cada pasión que se sienta en las gradas del enorme circo de concreto sea un voto en toda decisión del equipo de más allá del alma.

Si el fútbol es un gran negocio, porque lo es, entonces la solución es clara: que en todo equipo, cada pasión sea una acción. Así, y solo así, el que se tenga que ir de la ciudad no será el equipo, serán los mercachifles.

¿Que el nuestro es el Cúcuta Deportivo, el de los Burritos, los Lónderos, los Verdunes y los Serranos? Pues sí. Y no. Sí, porque es al único equipo que se le ha permitido hacer y deshacer sobre la grama, y por los únicos jugadores que se han perdido la voz, la conciencia, el sueño y el dinero. Y no, porque más allá de todo eso están el orgullo y el sentimiento regional y la esperanza.

¿Qué un equipo nuevo no es posible? ¿Quién lo dice? Uno que sea de todos realmente siempre es una solución.

¿Los colores? Están dentro del corazón, ¿dónde más?

Jueves, 26 de Noviembre de 2015
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