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Memorias
Cúcuta en el año 1947
erminando el año, la prensa y en general los medios, publican sus ediciones extraordinarias de final de periodo, solicitando a los personajes que se destacaron, para que escriban sobre los hechos y acontecimientos que fueron noticia durante los doce meses que culminarán el último día de diciembre
Viernes, 7 de Julio de 2017

Terminando el año, la prensa y en general los medios, publican sus ediciones extraordinarias de final de periodo, solicitando a los personajes que se destacaron, para que escriban sobre los hechos y acontecimientos que fueron noticia durante los doce meses que culminarán el último día de diciembre. En esta ocasión, le correspondió el honor al destacado dirigente Alfonso Lara Hernández, quien con el título en mención, expuso sus apreciaciones sobre el progreso de la ciudad en los términos que les paso a narrar. Mejor descripción del estado de la ciudad no pudo haberse escrito para la ocasión. Veamos, en sus propias palabras “hemos vivido en una ciudad de comerciantes, ganaderos, pequeños industriales e incipientes agricultores; habíamos llevado un ritmo lento porque cada quien se contentaba con las pocas ganancias que su pequeño negocio le deparaba al fin de cada año. Como consecuencia de ello, nuestra vida ha venido desarrollándose en forma paulatina y lenta con un concepto de pequeña burguesía.”

Continúa su artículo diciendo que los pequeños almacenes pobres, tristes y sucios que vendían alpargatas y zarazas al lado de machetes tamandúa y toda clase de cosas sin discriminación, están siendo sustituidos por bonitos almacenes que se iluminan con luz neón para aparecer falsamente brillantes pero vistosos y agradables. Agregaba que se veían surgir pequeños edificios que para el cucuteño eran grandes y que tapaban la cúpula de la iglesia (se refería a la vieja iglesia de San José). Que la Sociedad de Mejoras Públicas ya no arreglaba las calles con las piedras redondas del río Pamplonita sino con “negro petróleo como cualquier ciudad del futuro”. También aprovechó esta oportunidad para destacar la labor de los fundadores del Club de Cazadores, que ese año ofrecía a la comunidad su nueva sede  con “bellos salones, lindas pistas tropicales de baile y un circo de toros, todo enmarcado dentro de la más frondosa arboleda que invita a colgar la hamaca en nuestras tardes de calor fulgurante.” A la administración 
municipal le dedica su crítica constructiva al exponer que “el nuevo Palacio Municipal es una de las obras más bellas, sólidas y orgullosas del pueblo y que ahora los despachos de los funcionarios  son limpios, llenos de luz y más o menos, bien amoblados y que dejaron de ser un reducto de viejecitos sustanciadores de delitos contra el honor sexual y buenos componedores de pleitos de comadres.” Culmina esta sección dedicada al servicio público de la ciudad con una alabanza a “ese gran movimiento cívico que se llamó Acción Cucuteña por imprimirle un ritmo nuevo a la vida administrativa de Cúcuta y dejó bases muy sólidas en el desarrollo del porvenir.” Continúa su retrato de los beneficios recibidos en la ciudad por las obras realizadas en ese año, tales como la apertura de los “tapones” de las avenidas quinta y sexta hacia el norte, el trazado de nuevas calles, como la Diagonal Santander y la avenida Alfonso López y tal vez la más importante de las obras públicas, la puesta en marcha de “las seis moles negras q
ue se hayan emplazadas en  Pescadero donde el zumbido de los motores Diesel eléctricos generan la energía que parece que estuviéramos en otra tierra más aguijoneada por el deseo de progreso.”

Con relación al nuevo acueducto de la ciudad, su opinión no es tan indulgente y se aprecia cierto tono de reproche que espero mis lectores sepan interpretar. Al respecto escribe lo siguiente: “Por primera vez en la historia, desde que Juana Rangel de Cuéllar firmó la Escritura de Cesión de estos terrenos a favor de los vecinos blancos y no negros del Valle de Guasimales, Cúcuta siempre había tomado agua que unas veces tenía el color del café con leche y otras, para variar, la del chocolate. El nuevo acueducto, inconcluso todavía, nos asegura a estos pobres mortales, que beberemos agua pura y probablemente abundante y que las fiebres colibacilares dejarán de ser el azote que hasta ahora ha venido siendo.”

Para finalizar su recuento sobre las realizaciones hechas en 1947, lanza una propuesta, de esas que hoy nos arrepentimos, pero que entonces correspondía a una posibilidad viable, de no ser por el prurito que se tenía de copiar lo que en los países industrializados era una solución para sus problemas en condiciones muy diferente a las nuestras.  Su idea era la de acabar con el Ferrocarril de Cúcuta, para darle paso a una nueva empresa, tal como lo manifestara en los términos que a continuación les presento: “En 1882 se firmó una escritura por la cual se constituía una sociedad para construir un ferrocarril al Puerto de Villamizar. Los carros de mulas, que eran propiedad del municipio y que iban  al puerto de San Buenaventura, le dieron paso a la locomotora pujante y para esos tiempos, veloz. Con paciencia y valor inigualables esa benemérita compañía ha venido sirviéndole a este pueblo hasta donde sus fuerzas se lo han permitido. Desgraciadamente, ‘La Pamplonita’, ‘La Torbes’ y ‘La Catatumbo, ya no nos resuelven el problema del transporte y a pesar de los esfuerzos titánicos de Emilio Gaitán Martín vemos que la vía del ferrocarril se consume rápidamente, lo cual constituye una amenaza gravísima para nuestro progreso. Considero que la Compañía del Ferrocarril, como en los viejos tiempos de la Compañía del Camino de San Buenaventura, debe ser absorbida por una nueva empresa que levante esos rieles y tienda una maravillosa carretera, de especificaciones internacionales, para que los remolques de quince y veinte mil kilos lleven nuestra carga de exportación, traigan nuestra carga de importación, transporten nuestros campesinos y trabajadores y turistas, vivifiquen esa zona de intenso porvenir agrícola y ganadero.  La compañía podría financiarse fácilmente por parte del Municipio, del Departamento y  de particulares y podría vivir cobrando, como se hace en los Estados Unidos, módicas cantidades sobre el tonelaje que por ellas se transporta. Yo no creo ni he creído  nunca, que el gobierno central compre el ferrocarril, y lo que es peor, considero que la compra del ferrocarril por parte de la Nación no soluciona nuestro problema de transporte al exterior. Solamente un camino carreteable, un ‘Speedway’ o algo similar a nuestra carretera a la frontera, constituye nuestra única solución y estoy seguro que los venezolanos, en donde hay un criterio perfectamente definido en favor de las carreteras, harían algo similar, siguiendo nuestro ejemplo, con el Ferrocarril del Táchira.”

El hecho es que, ni lo uno ni lo otro, puesto que no se construyó carretera alguna y el ferrocarril, finalmente se acabó, quedándonos sin una salida al exterior, tal como lo proponía nuestro ilustre dirigente y de lo cual, hoy nos lamentamos profundamente.

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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