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Memorias
La política de pasillo
En el caso del impuesto al tabaco, lo que más preocupaba a los diputados era el desempleo que generaba la supresión de las estampilladoras.
Viernes, 11 de Agosto de 2017

Desde la época de la Colonia, cuando en los pasillos de la Real Audiencia, funcionarios, tinterillos, lagartos y demás especímenes de la fauna política rondaban a los Oidores y burócratas de la Administración, se oían las discusiones, que en torno a los problemas y conflictos de la población, se debatían por fuera del recinto donde se reunían los legisladores de entonces y tal como hoy sucede, allí se “arregla el país”. Esa costumbre tan nuestra no se ha perdido y en algunas oportunidades sirve de “lobby” o cabildeo, como ha dado por nombrarse en castellano.

A mediados del siglo pasado, en nuestra calurosa ciudad, se oían esas discusiones en los corredores que circundaban el salón de reuniones de la Asamblea de Norte de Santander, algunas de las cuales vamos a narrar, para demostrar que poco han cambiado las posiciones y las actitudes de las gentes, que de una u otra forma tiene la política como una de sus formas de vida. 

Antes de las sesiones de la Duma, oíamos algunos contertulios conversando acerca de aquellos diputados “llegados recientemente a la ciudad, de los que residen fuera” sobre temas generales, como el Estado de Sitio, la censura de prensa o la escasez de combustibles, agregando que el general Matamoros (gobernador militar) hubiera podido hacer de Norte de Santander  un departamento modelo, si prevalido de sus funciones omnímodas y discrecionales de que estaba investido, hubiera acabado con los vagos y rateros, hubiera llevado a feliz término el desarme general sin contemplaciones  de ningún género, hubiera echado fuera del mercado, todo lo que no son víveres y comestibles, hubiera implantado por la fuerza el uso del litro y no la botella de 720 c.c. y del kilo y no la libra incompleta, hubiera organizado las rentas y sobre toda consideración, hubiera hecho lo que dejó de hacer, por su natural bondadoso, su deseo de no agravar la situación que encontró, el anhelo de lograr con guante de seda la franca armonía entre los nortesantandereanos, para no hacer sentir más grave, la situación y el momento. 

Un grupo, algo más optimista, ventilaba sus creencias arguyendo que los diputados venían con las mejores intenciones, dispuestos a trabajar, alejados del propósito de seguir como antes, en tardes y noches de zambra por causas bizantinas, más ahora que la presencia de los militares en las posiciones de poder no les permitía el accionar violento que algunos políticos estaban acostumbrados a esgrimir cuando veían perdidos sus argumentos.

Los analistas “de pasillo” estaban seguros que, ahora sí, la Asamblea se disponía a organizar las Rentas, con un criterio comercial, de negocio, donde jugaran los intereses de lucro y prescindiendo de la política. Entre ellos mismos se ponían ejemplos. Miren, decían, durante el gobierno liberal, siempre se tuvo un grupo de estampilladoras de tabaco o un contrato con un favorito del régimen, para llenarlo de dinero.

Ahora, la Compañía Colombiana de Tabaco ha solicitado que le entreguen las estampillas y ella las coloca mediante un sistema mecánico, aseado, higiénico y práctico, pero esto no ha sido posible porque hay que seguir pagándoles, ya que son amigas de alguien, hijas de alguien o hermanas de alguien.

En medio de la discusión, otro de los compadres trajo a colación el caso del anterior Secretario de Hacienda, don Efraím Villamizar, como ejemplo de eficiencia y trasparencia en el manejo de las finanzas departamentales.  Durante su gestión, don Efraím se preocupó por esos problemas y para llevar a cabo la supresión del estampillaje de la cerveza por cuenta del Departamento, estudió el procedimiento que Bavaria había establecido en otros lugares de la geografía nacional y lo implantó en su jurisdicción “con bastante economía y ventaja para el fisco departamental.” 

En el caso del impuesto al tabaco, lo que más preocupaba a los diputados era el desempleo que generaba la supresión de las estampilladoras, a pesar de las propuestas de la tabacalera de vincularlas en sus depósitos de calificación, clasificación, empaques y despachos de la materia prima a otros departamentos y al exterior. Al parecer, era más importante la pérdida de los votos y el trabajo fácil, que el desempeño de labores productivas en una gran compañía.

Pero las reales intenciones de los honorables diputados era el estudio “en forma meditada y premeditada” del monopolio de los productos destilados de la fábrica de licores, toda vez que los gravámenes sobre los licores solo podían establecerse sobre los de producción nacional, puesto que para los licores extranjeros se tenían varias restricciones, entre ellas, la de las indemnizaciones a los comerciantes que llevaban muchos años importándolos y que le costaría “un ojo de la cara” al Departamento, además de tener que garantizar un stock que satisficiera la demanda y que se calculaba en unos cien mil litros anuales. 

A todo este complique, había que añadir la jurisprudencia que en este sentido habían establecido, tanto el Consejo de Estado como la Corte Suprema de Justicia, que sólo se permite el monopolio sobre lo que puede producirse y el Departamento no puede fabricar brandy, ni whisky, ni champaña y lo que es más grave aún, el factor contrabando que se generaría por un alza en los impuestos de estos productos.

Antes de empezar sus sesiones ordinarias, este grupo de analistas empíricos comenzó por acomodarse en sus respectivos lugares de las barras, con la firme esperanza que la Asamblea se dedicara a trabajar en bien del Departamento y no a hacer política de partidos ni de intereses particulares.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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