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Memorias
Promotores del cine de Cúcuta
Vamos  a  empezar  recordando  las  primeras  salas  de  exhibición de la ciudad.
Viernes, 6 de Mayo de 2016

No vamos a hablar de artistas sino de aquellos personajes de la ciudad que se atrevieron a proponerles a sus conciudadanos una alternativa novedosa en tiempos en que las opciones de diversión eran evidentemente escasas.

Siempre  he  sostenido  que  la  crisis originada por el terremoto del año 75, generó oportunidades que la dirigencia de la época supo aprovechar, a tal grado, que la nueva ciudad que renacía, logró posicionarse como una de las más modernas del país. Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar esta afirmación, el  Ferrocarril  de  Cúcuta  y  su  respectivo  tranvía  fueron  el  modelo  más  conocido  de  trasporte  urbano  masivo,  más,  cuando  las  grandes  capitales  ni  siquiera  imaginaban  este sistema, la generación propia de energía eléctrica y su distribución urbana, la empresa de telefonía local con una de las plantas más modernas, colocó a la ciudad a la vanguardia en  términos  de  comunicación,  a  pesar  del  aislamiento  que  el  centralismo  mantenía  a  sus más alejadas regiones.

Vamos  a  empezar  recordando  las  primeras  salas  de  exhibición.  Cronológicamente, el primero  data de 1904, obra de don Domingo Guzmán quien se dio a la tarea de diseñarlo y construirlo y se tardó más tiempo del debido, todo por la falta de financiación y por la dificultad de conseguir todos los implementos necesarios para ofrecer el mejor de los servicios. Sin embargo, después de casi seis  años,  abrió  sus  puertas  el  Teatro  Guzmán, con la exhibición de la película, silente en aquel entonces, “Los enamorados a la luz de la luna”.

De  inmediato,  tuvo  un  rotundo  éxito y así se mantuvo durante varios años, hasta que vio la oportunidad de ampliarlo y por tal motivo  le  propuso  al  general  José  Agustín  Berti  asociarse,  quien  ni  corto  ni  perezoso,  se  le  midió  al  proyecto  de  modernización  y  ampliación,  después  de  lo  cual  cambió  de  nombre por el de Teatro Guzmán Berti. Para ese  tiempo,  todas  las  compañías  de  teatro  que visitaban América y que llegaban, inicial-mente por Venezuela, ingresaban a territorio nacional por Cúcuta y como era de esperarse, mientras  legalizaban  su  estancia  en  el  país,  realizaban sus presentaciones en ese teatro, en único en la ciudad.  

El  salón  tenía  sus  divisiones  establecidas,  como  en  los  grandes  escenarios  del  mundo  civilizado,  unos  palcos  para  los  asistentes  especiales  como  las  autoridades  y  los  personajes  que  visitaban  la  ciudad,  la  platea,  que  era  silletería  establecida  para  la  clase  adinerada  y  finalmente,  la  galería,  en  la  cual  se  acomodaba  la  gente  de  las  clases  populares, cada una con unos precios diferenciales como era de suponer. El tablado recibió toda  clase  de  espectáculos,  aún  después  de  la construcción de los demás escenarios, que comenzaron a aparecer iniciando el decenio de los años treinta, cuando el crecimiento de la ciudad se hacía cada día más evidente.

Ante  estas  circunstancias,  algunos empresarios vieron la fórmula para incursionar  en  el  campo  del  entretenimiento,  como fue  el  caso  de  don  Luis  Alberto  Marciales, quien  aprovechando  los  terrenos  que  tenía en  el  centro  de  la  ciudad,  específicamente en  la  calle  de  Caldas  (calle  once)  entre  las avenidas Colón y de Soto (tercera y cuarta), no sólo construyó su casa de habitación sino en el lote contiguo  edificó el otro magnífico teatro de la época, el Teatro Santander.

Inaugurado  en  diciembre  de  1929  y cuya fachada aún subsiste, ligeramente modificada; tenía capacidad para más de dos mil personas  y  estaba  destinado  casi  exclusivamente  a  la  función  cinematográfica,  aunque tenía un escenario que podía albergar algún tipo de representación teatral, frecuente en ocasiones, por lo tanto, no tenía las divisiones del Guzmán Berti, aunque sí, dos hileras de sillas,  ligeramente  elevadas,  colocadas  cada una, a lo largo de las paredes laterales del recinto. En los dos años siguientes, se observa un crecimiento vertiginoso del sector, con la incursión del empresario venezolano afincado en la ciudad, Pedro Felipe Lara, empezando por la compra que hizo del teatro Santander, en  compañía  de  don  Jorge  Enrique  Barco.  

En  el  32,  lo  modernizó  adaptándose  a  las exigencias  del  cine  sonoro. Posteriormente construiría dos teatro más, el Buenos Aires en el barrio Carora y el Miraflores, en la calle de  Nariño,  metros  arriba  de  la  avenida  de  Márquez. Este mismo empresario inauguró, años  más  tarde,  el  teatro  Avenida,  los  que finalmente  vendería  a  la  empresa  Cine  Colombia S.A. y que continuaron abriendo otras salas de cine, en la zona céntrica de la ciudad, teatros que no tuvieron el respaldo del público y tuvieron que cerrar comenzando el siglo 21.

El auge de los teatros a ‘cielo abierto’, como lo fue el Aire Libre, motivó a los amantes del cine a erigir, otros similares como fue el  caso  de  don  Dionisio  Moros,  industrial  y comerciante,  quien  primero  abrió  el  teatro ‘Aire libre de la Viña del Norte’, en clara alusión a sus negocios de fabricación de licores que  ostentaban  el  mismo  nombre  “La  Viña del Norte”. Su éxito radicó en que solamente cobraba  la  entrada  los  fines  de  semana,  de  viernes  a  domingo.  Esa  estrategia  le  sirvió para  inaugurar,  un  año  más  tarde,  el  teatro Astral, sala también al descubierto, ubicada contigua a la competencia, el Aire Libre.

La administración pública, contagiada del  entusiasmo  por  la  cultura,  propició  la construcción del teatro Municipal que dieron en administración a la sociedad Quintana & Ramírez  París  Ltda.  reconocidos  empresarios  quienes  conformaron  el  Circuito  Cyva Ltda. que durante un tiempo considerable lo administraron hasta que venció la concesión y  revirtió  al  municipio. A mediados  de  los  50,  don  Guillermo  Arámbula  Omaña,  quien  después  de  grandes  esfuerzos  inaugura  su  teatro Mercedes.

Finalmente, la Beneficencia del Norte  de  Santander,  que  apenas  cuatro  meses  después de la apertura del teatro Mercedes, inauguraría el más moderno teatro del país, el Zulima, que le sirvió de punta de lanza para promover, durante la década de los ochenta, otros similares en poblaciones como Pamplona, Ocaña, Chinácota y en los barrios, como Guaimaral y Atalaya.  

*Gerardo Raynaud D. |
gerard.raynaud@gmail.com

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